GABRIELA, CAMINO Y DEVOCIÓN

Por Numinous Antroposofía

POR: CAMILO BRAVO

“Amenizar la enseñanza con la palabra hermosa, con la anécdota oportuna, y la relación de cada conocimiento con la vida.”

Gabriela Mistral

Lucila del Perpetuo Socoro Godoy Alcayaga  (Gabriela Mistral) nace el 7 abril de 1889, en una época de cambios importantes a nivel educacional para Chile; es en esta fecha donde se inaugura el instituto pedagógico – integrando en el país una forma alemana de educar – reforma que modernizó el sistema de enseñanza y de formación docente, otorgándole, al mismo tiempo, rigidez y restándole identidad propia a la enseñanza chilena. En el plano político-social, por estos años comenzaban a verse los primeros atisbos que darían origen a la separación de la iglesia y el Estado en Chile, separación que se realizará recién en la constitución de 1925. Se respiraba en Chile un clima cargado de tensiones sociales y marginalidad, escenario en que la oligarquía, indolente frente a los problemas de los más necesitados, había fundado su proyecto de país y lo llevaba sin hacerse cargo de los enormes grupos marginados que, poco a poco, se desplazaban hacia las grandes urbes, hacinándose en ranchos y habitaciones populares, donde se propagaban epidemias, enfermedades y el analfabetismo encontraba su cultivo. Además se agregaba entre estos cambios, el aumento progresivo del contingente femenino que ejercería la docencia en la enseñanza elemental y el inicio de la educación universitaria femenina; las mujeres –si bien pertenecientes aún a una elite muy reducida – traspasaban las puertas de la universidad, primero como alumnas y, décadas más tarde, como docentes.

En ese mismo año, el escritor Rubén Darío zarpaba en barco desde el puerto de Valparaíso luego de haber vivido tres años en Chile. Es él quien años más tarde publicará en una revista francesa dos de los trabajos de la escritora-maestra “Elegancias” y la prosa “La defensa de la belleza”, en donde esboza la necesidad de que en cada espacio de la tierra y que en cada camino haya algo de poder admirar cuando uno se encuentre desamparado.

Por su parte, el pueblito de La Unión (hoy Pisco-Elqui) está escondido entre las quebradas que dibuja el lacónico caudal del río Elqui, al interior de la ciudad de La Serena. Es casi el último villorrio en la larga cadena de montañas donde deja de ser Chile. Allí, el sol entrega su calor sin medida,  curtiendo la piel de sus gentes y dando vida a las dulces vides que son desde siempre el sustento del pueblito de La Unión. La característica de su gente es que vive una vida tranquila y pausada en comparación a lo que sucede en las grandes urbes, más aún en 1889, donde comienza la historia de Lucila. Por esas fechas, La Unión era un apacible caserío, en cuya calle principal, tapizada de tierra gredosa, se encontraba la plaza y frente a ella la casa de la familia Godoy Alcayaga.

Debido a la falta de médicos y hospital en el lugar, su padre y su madre a punto de parir emprenden rumbo a Vicuña, el pueblito más cercano, en busca de ayuda para el parto. Estando en el lugar, resulta muy difícil encontrar lo más adecuado para su nacimiento y es por esto que nace en una casa con una partera. La imagen y situación nos evoca a María y José buscando y siendo rechazados para dar a luz a Jesús. La niña nace con problemas “mora” les dice la partera, agregando que no pasaría de esa noche con vida. El padre parte con la niña en sus brazos  a la iglesia del pueblo y pide al cura que la bautice. Esa noche Juan Godoy pasa rezando todas las oraciones y plegarias que recordaba de su paso por el seminario sacerdotal, es así como la niña despierta y da su llanto sanador de haber recuperado sus fuerzas para vivir. Juan Godoy lleva a la niña con su madre y retornan a La Unión unos días después, donde les esperan su abuela Adelaida y su hermana por parte de madre Emelinda.

Es así como pasaban lentamente los años de esta niña, entre los días por el valle y las tardes junto al brasero y el mate. Un paisaje agreste y solitario rodea la figura de esta niña a tierna edad. Erguidos picachos, rumorosas cascadas, estrechos y fértiles valles que enmarcaron el horizonte con sus huertas y viñedos. La aspereza de la piedra y la tenaz sequía se incrustaban en su alma, robusteciendo su imaginación e impregnándola de belleza, vigor y sobriedad.

A su corta edad crece escuchando relatos de la biblia que le regala su abuela, es aquí donde se forja el gusto por los pasajes de proverbios y salmos del “gran libro” como ella lo llama. A la vez se cultiva en ella la admiración hacia personajes que estudiará profundamente de más grande, como la vida de San Francisco de Asís y los arcángeles Rafael y Miguel.

A los cuatro años su padre la abandona, y a pesar de la edad, guarda en su alma el tesoro de las canciones, poemas y los relatos de la vida errante que él le relataba. Retraída y absorta en su mundo de fantasía va creciendo, observando el paisaje que la rodea, imaginando a los habitantes del subsuelo: hierbas, hongos, gnomos y escarabajos. Así conoció a cabalidad la asombrosa belleza de la naturaleza. Una flor rodeada de tan agreste paisaje causaba gran conmoción en ella. El contraste entre la vida y la muerte siempre la asombraron y la acompañaron durante su vida.

Escribe años más tarde sobre su niñez y el lugar donde creció: “Si yo hubiese de volver a nacer en valles de este mundo con todas las desventajas que me ha dejado para la vida ‘entre urbanos’ mi ruralismo, yo elegiría cosa no muy diferente de la que tuve entre unas salvajes quijadas de cordillera: una montaña patrona; o unas colinas ayudadoras de los juegos, o ese mismo valle de un kilómetro de ancho y dividido por la raya del pequeño río, como una cabeza femenina. Por conservar sentidos vívidos y hábiles, siquiera hasta los doce años, y saber distinguir los lugares por los aromas; por conocer uno a uno los semblantes de las estaciones; por estimar las ocupaciones esenciales, que son precisamente las bellas, de los hombres antes de conocerles las suplementarias y groseras: el regar, el podar, el segar, el vendimiar, el ordeñar, el trasquilar” (Gabriela Mistral, “Infancia rural”).

De qué forma este período la llena de naturaleza y austeridad, recuerdo que la  acompaña hasta su muerte. Cómo la semilla que cultivó en total bondad durante su primer septenio la cobija en su vida llena de renuncia hacia el mundo material y en completa armonía con devoción por lo bello, lo bueno y lo verdadero.

A los 6 años aprende a escribir, y es desde aquí que no dejará de hacerlo hasta su muerte. Era una niña retraída, que prefería jugar sola en compañía con los elementales o leer un libro más que jugar con niñas de su edad, personalidad y características que su madre nunca comprendió, obligándola muchas veces a socializar y a tener malas experiencias. A esta edad comienza la escuela y es así como va creciendo Lucila, admirando la belleza y el esplendor de su valle, observando cómo su hermana, que es maestra, a sus dieciséis años deposita amor profundo a lo que hace; la acompaña todas las tardes después de cenar a arreglar y limpiar el salón de clases, a poner tinta en los tinteros, a borrar el pizarrón y a dejar todo en su lugar para recibir a los niños al día siguiente. Es ella, su hermana Emelinda, quien le entrega una visión más profunda de lo que es ser maestra y es, en estas experiencias, donde a Lucila se le entregan semillas que quedan en reposo hasta ser regadas a los catorce años, cuando por necesidad llega a una escuela a desempeñar el rol de maestra.

Gabriela Mistral junto a su abuela.

Una experiencia muy dura ocurrida a los once años en su escuela determina la profunda admiración hacia el ser humano y su condición en el mundo. Sus compañeras la acusan de hurto y la directora del colegio para darle una lección de moral pide que la lapiden en el patio del colegio, experiencia que la lleva a dejar para siempre los estudios formales y el comienzo a ser autodidacta en todos los temas de su interés. La crueldad, la falta de amor y ternura por parte del ser humano es lo que se le despierta, es desde este momento que la amargura hacia el mundo se acrecienta, estimulando en ella una profunda contradicción, en donde deposita su recóndito amor hacia la escritura y una demostración de tormento hacia quienes le rodean o se acercan a ella.

Durante este período el ensimismamiento la acecha, es su madre y su hermana quienes la invitan a desarrollar labores domésticas como cocinar, bordar, y limpiar. Ella se niega a realizar estas labores y sólo las observa. Sin embargo, serán estas actividades – junto con su capacidad para escribir – las que, más adelante en su vida, le ayudarán a sobrellevar sus penas, temores y alegrías.

Durante esos años, la familia empobrece profundamente y Lucila, obligada por su madre, se ve en la necesidad de trabajar en el oficio de sus mayores, ser maestra sin contar con la debida experiencia y, mucho menos, la instrucción básica para esos efectos.

Escribe: “Yo temblé cuando a los 14 años mi madre y su amiga doña Antonia Molina me llevaron delante de un visitador de escuelas y le pidieron para mí una ayudantía de escuela rural. Yo tenía 14 años, me mandaron a la Compañía Baja, donde el mar me daba muchos ratos felices, lo mismo que mi olivar me costeaba mi casa y que es el más grande que he visto en Chile y la jefe que me tocó y a quien le caí mal por mi carácter huraño y mi silencio que no se rompía con nada, me hizo tan poco feliz como es costumbre cuando la maestra es casi vieja y la ayudante es una muchacha”.

Es en este período donde inicia su labor apasionada de escritora. Comienzan a aparecer en los periódicos de la provincia sus primeros escritos y también sus primeros detractores debido a la agudeza de su pensamiento y la increpación en temas socialmente tabúes, como el cuestionamiento hacia Dios, la posición de la mujer en la sociedad, críticas a las lecturas que recibían las estudiantes mujeres de los hombres. Fue aquí donde Lucila pone en tapete su personalidad, el interés que tiene hacia una nueva sociedad y donde demuestra belleza, sutileza y amor en cada uno de sus escritos hacia una mujer y hombre nuevo en admiración con el universo. Sus mayores inspiraciones en prosa las toma de la naturaleza, de José Martí y de la Biblia.

La poesía que escribe a los quince años es de gran madurez, su alma tenía contacto con algo superior. En Grecia le llamaban Nous epithumia a eso divino que vive en el alma de los poetas y profetas, que son almas muy sensibles al mundo espiritual y a una mirada sintética cósmica que comenzó con los paisajes de su valle de Elqui. El espectáculo de su entorno cósmico le permitió quietud, silencio y el desarrollo elevado de su intuición con lo físico y tener una amplitud de escucha con su espíritu creativo y a la vez con su mente divina.

A pesar del hostil trabajo que desempeñó en la escuela como maestra y ayudante, se cultivaron en ella la profunda observación de lo que era el poder y su cuestionamiento. La directora del establecimiento trataba a los docentes como súbditos y esclavos, no perdiendo ocasión de ser racista y malévola con cada uno de sus quehaceres.

Luego de esto, es trasladada a ser inspectora del colegio de niñas de La serena y donde un año más tarde un amigo, González-González, maestro y poeta, le ofrece como trabajo hacerse cargo de una escuelita, “La Cantera”, que estaba detrás de unas dunas.

CREDO (DESOLACIÓN)

Creo en mi corazón, el que no pide

nada porque es capaz del sumo ensueño

y abraza en el ensueño lo creado:

¡inmenso dueño!

Gabriela Mistral

Comienza su nuevo trabajo con diecisiete años en esa estancia educativa “La Cantera”, donde guarda en su alma muchas experiencias gratas. En aquella comunidad remota, perdida entre las piedras había vivido su madre y reconocía en él varios lugares que ella le relataba y que imaginaba cuando niña. Pero el hecho concreto es que en esa localidad, donde casi no  había carne ni pan todos los días, de las tres aldeas de su experiencia pedagógica hasta el momento, “La Cantera” es aquella en que vivió más acompañada y cuidada. Allí tuvo a su cargo una escuela nocturna, casi sin asistencia diurna, porque tanto los niños, los hombres y los viejos eran gente que trabajaba. Para Lucila, su estancia en esta escuela fue muy dura desde el punto de vista material, ya que comprendió y experimentó el dolor de los y las trabajadoras, de los niños y niñas que sufrían con la permanente necesidad, pero a la vez fue una experiencia grata espiritualmente, porque se mezcló con su pueblo y recibió de él cariño y hospitalidad. En este año se enamora por primera vez: es Romelio Ureta quien la sumerge en los confines del amor, son tiempos de renovación de fuerzas hacia lo humano y lo divino, a estar presente en lo que hace y disfrutarlo, amarlo. Relata:

“Por turno me traían un caballo cada domingo para que yo paseara siempre con uno de ellos. Me llevaban una especie de diezmo escolar en camotes, en pepinos, en melones, en papas, etc. Yo hacía con ellos el desgrane del maíz contándoles cuentos rusos y les oía los suyos. Ha sido ese tal vez mi mayor contacto con los campesinos después del mayor del Valle de Elqui. Un viejo analfabeto al fin enseñé a leer, tocaba muy bien la guitarra y ese iba a darme fiesta con todos en las noches”.

Al igual que en las comunidades antroposóficas y colegios Waldorf, Gabriela reconoce y valoriza el contacto no sólo con los niños y niñas sino de la comunidad entera que acompaña. Cuando el maestro o maestra, es capaz de abrir su trabajo a la comunidad y a ser parte del proceso, es cuando las fuerzas colectivas comienzan una nueva forma de acompañar y educar. Es aquí, en el Valle donde encuentra la forma de plantar una semilla amorosa y de tejer el manto con la comunidad. Ser parte de la cultura que se desarrolla en cada lugar; característica que la acompaña durante su carrera como  cónsul y maestra. Nos invita a preguntarnos: ¿Cuán importante es la comunidad en los procesos de aprendizaje de los niños y las niñas? ¿Qué rol puede ejercerse cuando soy parte de una comunidad?

Desde este momento comienza su peregrinar pedagógico, el que la lleva a arar caminos erosionados por enseñanzas antiguas, los que con su pisar son capaces de entregar sustrato para un nuevo cultivo. Viaja de norte a sur por Chile incorporando una nueva visión de educación. Renovando la idea del maestro y su trabajo, escribe:

1. AMA. Si no puedes amar mucho, no enseñes a niños.

2. SIMPLIFICA. Saber es simplificar sin quitar esencia.

3. INSISTE. Repite como la naturaleza repite las especies hasta alcanzar la perfección.

4. ENSEÑA con intención de hermosura, porque la hermosura es madre.

5. MAESTRO, sé fervoroso. Para encender lámparas basta llevar fuego en el corazón.

6. VIVIFICA tu clase. Cada lección ha de ser viva como un ser.

7. ACUÉRDATE de que tu oficio no es mercancía sino oficio divino.

8. ACUÉRDATE. Para dar hay que tener mucho.

9. ANTES de dictar tu lección cotidiana mira a tu corazón y ve si está puro.

10. PIENSA en que Dios se ha puesto a crear el mundo de mañana.

El decálogo de la maestra es el fiel trabajo que desempeña en todos los países que visita y la inspiración que llega a través de cada una de  estas notas, logra total sinfonía con el espíritu de la pedagogía Waldorf y una afinidad con la antroposofía:

1) El amor como elemento indispensable de la labor pedagógica.

2) Digerir todos los contenidos para enseñar el espíritu de lo que vive en ellos.

3) Época de cada materia, para que la repetición y el sueño trabajen en los niños.

4) El arte como columna vertebral de cada contenido.

5 y 6) Pensar, sentir y voluntad. Entregar conceptos vivos.

7) Ofrendar cada clase como una obra de arte.

8 y 9) Cada maestro hace su propio camino interior para amar lo que entrega.

10) Nosotros mismos estamos creando el presente y el mañana por Dios que llevamos dentro.

Grandes sucesos de muerte y de dificultades acompañan el camino de la maestra-poeta; por un lado, el suicidio de su amor Romelio Ureta y por otro el fallecimiento de su padre, más adelante serán el suicidio de su hijo Yin Yin  y de su amigo Stefan Zweig. Se suman los detractores de su obra, y por su parte se sigue preguntando qué es la vida y la muerte, busca respuestas, busca la verdad. Busca en la Biblia, en la naturaleza, comienza a pensar y a desarrollar ideas del karma. Es aquí cuando da fin a su creencia católica y renace su conocimiento esotérico del cristianismo con la teosofía, aquí encuentra explicaciones a sus cuestionamientos, a conocer las regiones del cuerpo, del alma y el espíritu[1]. Su visión del mundo es negativa, por los acontecimientos políticos mundiales, pero dice: la solución de esto está en ver la unión de las creencias occidentales  y orientales, que se olvide el materialismo (vida social/política, sin intereses egoístas y vulgares), hay que hacer una alianza espiritual para hacer renacer al hombre desde el conocimiento que viene de los sentidos del alma y que instruya realidades del plano celestial.

“Su melancolía más visible era la pérdida de la lengua materna. En su primera visita a esta me dijo que nada del mundo podría consolarlo de no volver a oír en torno suyo el habla de su infancia”

Gabriela Mistral, “La muerte de Stefan Zweig”

No era una poeta popular ni una maestra sin interés en su labor; sus dichos, sus escritos, su trabajo interior, así como también su práctica pedagógica desde el amor, el cuidado de los niños y el despertar el pensamiento de los obreros comenzaron a molestar a la sociedad chilena, que prontamente encontró en ella un personaje de mala influencia y a quien más tarde le daría la espalda. En la época, el rechazo a la mujer era gigante y, cuando apareció una personalidad como Gabriela, el rechazo aumentó al doble.

Es ella quien abre el camino, es ella la piedra angular en el conocimiento esotérico y teosófico. Nace aquí una nueva Gabriela, la metamorfosis de la maestra de escuela provincial a la reina espiritual de América Latina.

¿Cuál es el regalo a qué nos invita su obra? A observar la maestra o el maestro que trasciende todos sus pesares, que cuando hay problemas seamos capaces de aferrarnos a imágenes o sentimientos que guardamos en el alma cuando pequeños  (como ella lo hacía con su valle, con sus montañas), que cualquier pena o alegría es una experiencia para transformar en belleza, en arte. Es ella quien nos invita a cultivar los sentidos de los niños que tenemos a nuestro cuidado, despertando en ellos, las facultades que son de valor duradero para toda su vida; la vida anímica alimentada, sostenida en la belleza y la armonía con el todo. Incentivar a conocer el mundo con las manos, los pies, con todos los sentidos, potenciando la fuerza de la imaginación, entregando calor y gozo en todos nuestros actos. Quedarnos con la pregunta diaria: si estamos interpretando la apariencia de los niños y niñas, si realmente la estamos comprendiendo, si logramos sacar el velo del personaje que nos muestra para avanzar en el auténtico conocimiento de ese niño o niña.

En su camino como maestra muestra la gran humildad hacia la infancia diciéndonos: “Yo creo que el país de la infancia es el verdadero país de origen”, invitándonos con esto a emprender un camino meditativo, en donde uno mismo puede hallar calma interior. Entregar calidez y que en la calidez del encuentro con otro pueda mirar a los ojos y que a la vez con ese otro que piensa distinto a mí poder resonar. Nos demuestra con su figura y en su vida un ejemplo de alma consciente, de no dejarse llevar con pensamientos ajenos, ser digna de tomar la espada micaélica y seguir sus propios pensamientos iluminados de total intuición.

Gabriela nos hace sentir el parentesco que tenemos con los niños, nos muestra tantos caminos y paisajes recorridos que sin ella serían extraños. Nos regala el mar, el valle, la infancia, la devoción, la maternidad, la pasión, las alegrías, las rondas, los juegos, y por sobre todo nos devela el torbellino de la vida, el torbellino de sí misma. Nos dio esa cosa difícil entre todas: nos dio acceso a la soledad entrañable del ser que vive libre, triunfante a veces y derrotado otras veces; nos dio en cada uno de sus escritos el amor de su ser.

Traer desde lo celestial y servir en lo terrenal es la acción devocional de los maestros y las maestras; amenizar la enseñanza, tejer la ronda y hacerla infinita, movernos como espigas al viento, fusionar nuestros pensamientos con los astros, para así la infancia abrazar.

“La enseñanza de los niños es tal vez la forma más alta de buscar a Dios; pero es también la más terrible en el sentido de la tremenda responsabilidad”.

Gabriela Mistral

NOTAS

[1] En su biblioteca personal, traída de Estados Unidos a su lugar natal, se pueden encontrar libros de esoterismo, budismo, hinduismo, antroposofía, entre otros.

BIBLIOGRAFÍA

Gabriela Mistral, Motivos de San Francisco. Prólogo Jaime Quezada, 2005.

Gabriela Mistral, Recados. 1956

Patricia Casanueva R., La pequeña Lucila. 2012

Gabriela Mistral, “Padre errante” carta a Virgilio Figueroa, Puerto Rico. 1933

Gabriela Mistral, Evocación de la madre, El hogar de Buenos aires, 27/09/1923.

Pedro pablo Zegers, María Orellana Rivera, La voz de la maestra.

Gabriela Mistral, Desolación. 1922

Entrevista en “El universal ilustrado”, México, D.F 27/02/1923, reproducida en Repertorio Americano (“Aquella tarde con Gabriela Mistral”), tomo 6, San José de Costa Rica, 16 de abril de 1923.

Gabriela Mistral, Italia caminada, testimonios publicados en “El Mercurio”, Santiago 7 de diciembre, 1924.

Gabriela Mistral. Extracto de la carta a Eduardo Mallea tras el suicido de Stefan Zweig (1942).

Gabriela Mistral, Yin Yin, 2015.

Pedro Pablo Zegers, “Gabriela Mistral y la Logia de Los Destellos” (artículo). 1991

SOBRE EL AUTOR

Camilo Bravo es licenciado en educación y profesor de educación básica (UMC). Especializado en educación Montessori (Cem) y Waldorf (Arché). Fundador de “Casa escuela Pichulemu-Chile”. Estudiante de tercer año en la Escuela Argentina de Euritmia.

Las opiniones expresadas son de exclusiva responsabilidad de los autores y no reflejan necesariamente el punto de vista de Revista Numinous. 

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