(A la memoria del Dr. Jacinto Rivera de Rosales)
POR: ÓSCAR GONZÁLEZ PÉREZ
“El sabio ha de ver ideas a partir del mundo suprasensible. Es un saber que no coincide con ningún otro fuera de sí, sino sólo consigo mismo; es una visión de un mundo que no existe en absoluto… Sólo Dios es lo verdaderamente suprasensible y el objeto de toda visión… Las visiones de un mundo suprasensible se tornan prácticas, no como si la imagen originaria de Dios, siempre imposible, fuera en sí mismo práctica… sino porque la propia imagen determinada y posible en el tiempo es posible solo bajo la condición de un previo actuar según la imagen precedente.”
Lecciones sobre la misión del sabio, Fichte
La nueva clarividencia, representada por la Ciencia Espiritual de Rudolf Steiner, hunde sus raíces en una serie de filósofos que, desde Kant hasta Hegel, perfilaron el sentido que debía tomar la filosofía en el caso de querer ser una alternativa coherente a la religión y a la ciencia. Este impulso filosófico, aunque pueda parecer lo contrario, no surge como un pasatiempo estético destinado a distraer las mentes de la burguesía europea, sino como respuesta a una intuición básica que siente que la humanidad está unida al pensamiento, y éste a la libertad. La mente no es algo externo a la libertad, ella misma es la substancia del pensamiento y en consecuencia de la propia mente. Esta es la grandeza y la tragedia del pensamiento, que al ser libertad tendrá que aceptar que las ideas que elabora para dar razón de sí mismo no sólo lo transforman sino que lo crean.
En este “vérselas consigo misma” de la mente, ella busca, al igual que todas las religiones, “re-ligarse”, encontrarse con su fundamento a través del pensamiento para establecerse coherentemente con respecto a él. El camino comenzará con un análisis de las condiciones que hacen posible el conocimiento, esto es, la experiencia a través de la cual la actividad de la mente se manifiesta de manera más fiel a su naturaleza. En su Crítica de la Razón Pura Kant deduce los principios racionales que permiten que dicha experiencia sea científica. Esta deducción lleva el nombre de trascendental pues asciende desde lo empírico hacia lo cognoscitivo arribando a las puertas de lo que se conoce como la razón pura. Este método va más allá del descubrimiento de los conceptos puros sobre los que se asienta la experiencia cognoscitiva de la realidad, pues lo que abre es un camino racional para conectar lo visible con lo invisible. Sin embargo Kant, consciente de que dicho camino podría degenerar en un nuevo tipo de religión dogmática que hiciese prevalecer lo metafísico a expensas de lo empírico, prefirió prohibir toda posible incursión científica más allá de la experiencia sensible, es decir, más allá de los principios constituyentes del conocimiento. En realidad, como los idealistas alemanes Fichte, Schelling, Hegel y Hölderlin intuyeron, esta precaución de Kant no era necesaria, ya que las condiciones de posibilidad del conocimiento están ya presentes en el objeto que se quiere conocer como en el sujeto que lo conoce.
Tras la prohibición de la Crítica de la Razón Pura de Kant de intentar extraer conocimiento de los principios sobre los que se fundamenta el propio conocimiento, surgieron cuatro caminos posibles para el pensamiento humano:
1-Desechar toda investigación racional de lo que existe más allá de los conceptos puros.
2- Profundizar en esos principios de la razón pura a través de las consecuencias éticas que se derivan de ellos.
3- Transformar esos principios a través de la imaginación en objetos artísticos de conocimiento estético.
4-Desechar la razón como instrumento para encontrar su fundamento a favor de los instintos (chamanismo) y de los sentimientos (misticismo).
La filosofía del lenguaje representada por el Wittgenstein del Tractatus lógico-philosophicus avanzó en el primer camino afirmando que “de lo que no se puede hablar es mejor callarse”. Sin embargo en sus Investigaciones Lógicas el propio Wittgenstein aventura la idea de los “juegos del lenguaje” como metáforas a través de las cuales lo desconocido puede ser aludido (invocado-evocado) recurriendo a algo diferente a la lógica misma. Sin embargo este camino, al igual que el de Kant, no hace posible una experiencia científica de lo que queda más allá de los fundamentos del conocimiento sino solo poética. Esto da lugar a lo que Ken Wilber denomina la falacia “pre/trans”, es decir a la necesidad de extraer conocimiento más allá de los principios racionales que fundamentan ese conocimiento o bien abandonando la mente a aquello que la precede (instintos o sentimientos), o a aquello que la transciende (intuiciones e inspiraciones), pero nunca recurriendo a la esencia racional de la propia mente, el pensamiento crítico. El problema de someter la mente a sus instintos o a sus arquetipos es un problema de libertad, ya que unos y otros están tan llenos de sí mismos que niegan la posibilidad de un reducto racional y crítico desde el que ejercer la libertad, que como hemos visto es la esencia del pensamiento. Sólo desde esta perspectiva es posible entender, sin caer en dogmatismos, las imágenes de Lucifer, Ahriman y Cristo que Rudolf Steiner utiliza para dramatizar esta tragedia filosófica que se está fraguando alrededor de la posibilidad de que el ser humano sea libre.
En realidad Rudolf Steiner sigue el camino del idealismo alemán que, en alianza con el Romanticismo, buscó a través del arte la forma de expresar estéticamente los principios racionales de la existencia, y que a través de la ética trató de profundizar, sobre todo en Fichte, en la dimensión moral de esos principios, en particular a partir del principio de “yo” o “unidad sintética originaria de la apercepción pura” tal y como la define Kant.
Para Fichte la meta de eso que llamamos nueva clarividencia sólo es posible enfocando la mente sobre su propio origen, el Yo, es decir la presencia de su coherencia máxima consigo misma. En su Doctrina de la Ciencia Fichte irá más allá y se atreverá a romper la prohibición que Kant había establecido con respecto a elaborar pensamientos acerca de lo suprasensible, ya que para Fichte todo proceso que incluya elementos conceptuales es inevitablemente conocimiento por derecho propio. Cuando Fichte por ejemplo analiza los sueños no lo hace como si estos fueran hechos externos acerca de la mente sino como una de las formas en que la mente se comprende a sí misma. De hecho para Fichte la conciencia no es otra cosa que el poder de la imaginación productiva. Esto demuestra que los nuevos clarividentes usan el poder de su visión interior para dramatizar las circunstancias externas tratando de “re-ligarlas” de manera imaginativa a su contraparte conceptual o suprasensible. Esto mismo es lo que Rudolf Steiner desarrollará de manera explícita a lo largo de sus “Dramas Misterio”. Sin embargo es importante puntualizar que no hay una dualidad entre ese evento o circunstancia externa y la contraparte suprasensible que la mente piensa, pues ambos acontecimientos forman parte de un mismo evento cuyo protagonista es la actividad imaginativa de la conciencia. Lo mismo se aplica al Yo, que no es una sustancia abstracta según Fichte, sino una actividad que se verifica a través de los efectos que provoca en el mundo que la rodea. No hay lugar aquí para el ensimismamiento o la contemplación mística del alma (Yo) si ello no lleva consigo una transformación activa de la sociedad y del mundo que lo rodea. Según Fichte no hay un Yo o espectador trascendental ajeno a este proceso imaginativo, de hecho este filósofo define el Yo como un esfuerzo de perfección infinita en el que lo representado y aquel que lo representa forman parte de una misma actividad representativa que se pierde y encuentra a sí misma a través de la transformación del No-Yo en Yo. La meta de todo este proceso de transformación de lo irracional, representado por lo opuesto al Yo, en algo racional en coherencia con él, es, según Fichte, la preparación para lo que denomina Pensamiento Puro. El énfasis de Rudolf Steiner en la redención a través del pensar se basa precisamente en la afirmación de Fichte que declara que el pensamiento puro es en sí mismo la divina existencia y que la divina existencia es en su esencia íntima, nada más que puro pensamiento. Enseñar a la mente a verse a sí misma a través de su propia actividad es por lo tanto la meta final de la nueva clarividencia.
Las investigaciones de Hegel y sobre todo de Schelling abrieron un nuevo camino al intento de Fichte de utilizar la visión clara o clarividencia para rastrear el origen lógico de los conceptos éticos. Hegel aportará a través de su método dialéctico la necesidad de un trabajo sobre conceptos opuestos entre sí, como un entrenamiento previo a todo intento objetivo de visión de lo suprasensible. El objetivo de esto no sólo es disolver cualquier tipo de fijación mental o dogmatismo ideológico, sino también acostumbrar al pensamiento a integrar su propia sombra, adelantándose así a la psicología analítica de Jung. Asimismo Hegel señalará una cualidad fundamental para la nueva clarividencia, la necesidad de adquirir la autoconciencia como requisito para adentrarse en los mundos superiores. A través de la autoconciencia el buscador se da cuenta de que él, lo buscado y los pasos para acercarse y alejarse de su objetivo son la misma cosa, una estrategia de la totalidad para reconocerse en sus fragmentos. Rudolf Steiner trata de evitar que los nuevos clarividentes caigan en lo que él llama el error de Emanuel Swedenborg, el místico sueco que critica Kant en Los sueños de un visionario. Si bien las visiones espirituales de Swedenborg tienen la claridad y concreción propias de lo que conocemos como nueva clarividencia, adolecen de la capacidad para generar en el vidente la posibilidad de observarse desde la perspectiva de las visiones que experimenta. Este es el rasgo que distingue de manera más radical la vieja clarividencia de la nueva clarividencia, la autoconciencia o habilidad para observarnos a través de los ojos de la visión que experimentamos. Esto enlaza con el nombre con que Rudolf Steiner define su filosofía, monismo del pensamiento, es decir, un continuo en el que los dos polos de la visión son atravesados por un mismo pensamiento desdoblado entre su tesis y su antítesis. Este desdoblamiento involucra dos polos, el nuevo clarividente y lo visionado por él, en el que cada uno juega el rol que le falta al otro. La lógica de la visión responde por lo tanto a la homeostasis y la complementariedad, de tal manera que el vidente y la visión se desarrollan de acuerdo a un único movimiento que busca equilibrar los excesos o defectos de cada polo. Desde este estado de conciencia Rudolf Steiner declarará que el hombre es la religión de los dioses, es decir, la posibilidad de que los dioses puedan llegar a ser lo que son a través del sentimiento que el ser humano vierte al contemplar el ser divino con el que se siente identificado. En esa identificación el nuevo clarividente debe ser capaz de observarse, es decir, desearse, sentirse, y pensarse, a través del tipo de visión suprasensible que experimenta, pero sólo la autoconciencia puede hacer posible esta comunicación entre niveles de ser. En una fase final de pensamiento puro o identificación total entre el pensador y lo pensado, la autoconciencia se manifiesta cuando el Yo de un nuevo clarividente desarrolla la habilidad de estar presente en su actividad pensante. Dado que previamente a este paso el nuevo clarividente ha encontrado el nexo entre un concepto y su negación, de lo que se trata ahora no es ya de vivenciar contenidos mentales sino de sentir los procesos a través de los cuales esos contenidos son experimentados por el Yo.
¿Hasta qué punto esta especie de alucinación racional aporta algo más allá de un sentido ético, artístico o religioso al ser humano? Será Schelling quien, a través de su Filosofía de la Naturaleza, demostrará varios años antes de que el método científico lo haga, la necesidad lógica e imaginativa de que la electricidad y el magnetismo formen parten de una misma unidad, el electromagnetismo. Esto probará que la deducción trascendental de Kant, que sólo debía servir para deducir los principios puros del entendimiento y que a través de Fichte evolucionará bajo la forma del método genético sintético deductivo, tiene el poder de deducir leyes físicas de alcance global. Fichte, a pesar de este éxito de su discípulo Schelling, rechazará su intento de hacer del método genético un medio para descubrir verdades empíricas. En realidad para Fichte, el papel del método genético no es el de substituir a la ciencia experimental, sino el de elaborar una ciencia de la conciencia desde la cual conectar los conceptos con las condiciones ideales (suprasensibles) que los han hecho posibles. Lo que hay de científico en esa sabiduría que busca Fichte es que concierne a toda la humanidad, es decir, que es Universal, como los propios conceptos, que no son otra cosa que generalizaciones abstractas de casos individuales. Por eso cuando Rudolf Steiner pretende substituir el término “Doctrina de la Ciencia” de Fichte por el de “Ciencia Espiritual” en realidad, como ha demostrado el dogmatismo de la Sociedad Antroposófica, ha creado un gigantesco malentendido que ha llevado a los antropósofos a tomar algo que pertenece al terreno de la imaginación, del arte y de la ética como verdades religiosas absolutas en competencia con la ley de la gravedad o la mecánica cuántica. Nada más alejado de la realidad de alguien tan ajeno al dogmatismo como Rudolf Steiner quien, de prever esta deriva no dudaría en cambiar la etiqueta de “Ciencia Espiritual” por algo más fiel a su intención original cómo “Imaginación Productiva”.
Rudolf Steiner, por lo menos antes de embarcarse en la Teosofía y la Antroposofía, no pretendió llegar tan lejos como Schelling. El camino de Rudolf Steiner llevará el nombre de “Fantasía Ética” y será una síntesis entre el camino de la contemplación estética propuesto por Kant en su Crítica del Juicio y el propuesto por Fichte en su Ética, es decir, un intento de profundizar imaginativamente en la forma artística de los principios éticos que rigen la vida cotidiana del ser humano. La ”Fantasía Ética” es el nombre que en su Filosofía de la Libertad Rudolf Steiner eligió para lo que más adelante se llamará “Ciencia espiritual” y es importante hacer notar este hecho para evitar precisamente los dogmatismos y fanatismos que con el paso del tiempo han ido lastrando las posibilidades creativas de la Antroposofía.
Cuando Steiner se refiere a Ciencia Espiritual lo hace con la intención de señalar la universalidad de unas estructuras y modos de pensar, sentir e imaginar que dan forma simbólica a la mente humana. Sin embargo la intención última de la Antroposofía de Steiner, así como de la Doctrina de la ciencia de Fichte no es contemplativa sino práctica. Es ahí donde la nueva clarividencia debe probar el poder de sus visiones del mundo suprasensible, en su capacidad para comprender y transformar de manera significativa el mundo humano y para adaptarse a él. Para los idealistas alemanes, así como para Steiner, el Espíritu se expresa de manera concreta a través de los acontecimientos históricos de la época, la Revolución Francesa en la época de Fichte y Hegel, la Sociedad Teosófica y la Primera Guerra Mundial en vida de Rudolf Steiner, y Sillicon Valley y la Inteligencia Artificial en el siglo 21. Por lo tanto los nuevos clarividentes son capaces de ver a través de los eventos que definen una época el rostro suprasensible que los pone a todos en común. Una vez más hay que aclarar que el objetivo principal no es la forma con que se imagina el rostro de esos acontecimientos históricos sino las capacidades que al imaginarlo despierta en aquellos que hacen el esfuerzo de pensarlo y de sentirlo. Los Nuevos Clarividentes deben aprender a percibir suprasensiblemente, es decir descomponiendo lo que ven en los instintos (voluntades de poder) sentimientos y conceptos, que se dan cita en la formación de ese fenómeno. En esto consiste ver claramente, en decodificar las huellas de lo invisible en lo visible. En realidad la nueva clarividencia no tiene como objetivo la clarividencia, sino su uso para generar lo que los sufíes llaman Hadra, los judíos Ruah, y los cristianos el Espíritu Santo es decir, la Presencia. A través de las visiones suprasensibles del mundo que les rodea los nuevos clarividentes potencian su pensar, su sentir y su querer, y de esta manera consiguen estar presentes en él. El estado de Presencia implica dos movimientos, uno de retroceso que se produce al descomponer los acontecimientos a través del método genético sintético-deductivo en sus elementos originarios y otro de progreso al habitar ese acontecimiento desde dentro de él, es decir, al vivenciarlo mediante el “médium” del pensamiento, el sentimiento, el deseo y la imaginación que despiertan.
Por lo tanto el proceso de la nueva clarividencia adquiere primero una presencia del Yo como síntesis superior que conecta una multitud de procesos psico-fisiológicos inconscientes de su conexión mutua. A continuación se trata de aplicar este modelo cognitivo a toda la realidad, lo cual implica que cualquier tipo de colectividad está conectada a síntesis superiores que incorporan a todos los elementos dispersos que la componen. El modelo cognitivo para estos enjambres de conciencia se da en dos niveles, uno supraconsciente y fractalizado a través del Urphänomen o “Fenómeno Original” de Goethe y otro subconsciente y caótico a través del Rizoma de Deleuze. Estas síntesis omniabarcantes son lo que Rudolf Steiner dramatiza con el nombre de Elementales, Ángeles, Arcángeles o Espíritus de la Época, y que una vez más hay que puntualizar que pertenecen a lo que Henry Corbin, uno de los integrantes del círculo Eranos, denominaba “el octavo clima” o mundo de la imaginación. Lo relevante una vez más no es el nombre de la entidad suprasensible implicada sino que el hecho de pensarla, sentirla e imaginarla crea individuos impregnados de esa Presencia Suprasensible.
La meta de este proceso no es la creación de nuevos clarividentes ni tampoco de filósofos, sino de una síntesis dialéctica entre ambos polos que denominaremos Amautas. El Amauta desarrolla la capacidad de hacerse presente en su pensamiento, lo que Rudolf Steiner denomina Pensamiento Vivo. La cualidad nueva que aporta el Amauta con respecto a las figuras que lo preceden, el filósofo y el nuevo clarividente, es que él ha desarrollado la capacidad de hacerse presente en el pensamiento a través del amor. Se trata de lo que Spinoza denomina “amor intelectual” es decir un amor a la claridad que emana de la coherencia lógica del pensar. Pero el origen del pensamiento es la libertad de la naturaleza de situarse fuera del plano material para contemplarse reflexivamente, es decir, desde un punto de vista suprasensible. Por lo tanto el último paso de este proceso de clarividencia y de amor implica dar un salto fuera de la presencia del pensamiento, precisamente por fidelidad al impulso que lo originó. Es lo que Rudolf Steiner llama inspiración o “No Yo sino Cristo en mí” lo cual implica romper con la fuerza centrípeta del pensamiento que lo lleva a interpretar todo dentro de sus propios términos lógicos. Para ello hay que recurrir a una figura opuesta a la del propio Rudolf Steiner, la de Jiddu Krishnamurti, quien consciente del callejón sin salida al que podía llevar el pensamiento decidió crear un camino para liberar a esa presencia de los límites que ella misma se había creado a través del Yo y de la lógica que emanaba de él. Fichte señalaba que la visión de Dios es lo más elevado a lo que puede aspirar un nuevo clarividente pero identificaba a Dios con el pensamiento que cada individualidad tiene de él. El Dios que buscamos ahora es algo que partiendo del pensar es capaz de superar su lógica infinitas veces por otra más perfecta. El teorema de la incompletitud de Gödel demuestra precisamente la limitación de cualquier sistema de pensamiento para dar razón de sí mismo más que recurriendo a un orden superior, el cual a su vez, deberá encontrar su razón de ser en otro orden superior y así hasta el infinito. Si bien el camino que propone Krishnamurti no crea un orden nuevo a través del cual conectar el pensamiento con algo que lo trascienda, sí permite abrir ese pensamiento algo diferente a él. Esto ha llevado a Krishnamurti a un diálogo sin prejuicios con científicos, místicos y religiosos de todos los tipos y colores, algo que no ha sucedido con la Sociedad Antroposófica, embarcada en una cruzada contra la ciencia ahrimánica o la conspiración jesuita que no sólo no ha dejado lugar a la comunicación con formas opuestas de ver el mundo sino que ha encerrado a los antropósofos en la cárcel del sistema de pensamiento de Rudolf Steiner. Para salir de esa cárcel es inevitable entender estas palabras de Krishnamurti con las que terminará este artículo y que son una invitación a explotar la burbuja mental de la antroposofía, de la nueva clarividencia y del propio Krishnamurti :“El seguir cualquier sendero conduce hacia lo que el pensamiento ya ha formulado acerca de él y que, por placentero o satisfactorio que sea, no es la verdad…En tanto que exista el pensador la meditación será una parte de ese aislamiento propio que es el movimiento corriente de nuestra vida cotidiana”[1]. Esta propuesta de Krishnamurti no es un camino de salida sino de llegada, es decir, antes de prescindir del pensamiento hay que llevarlo a su límite, o Pensamiento Puro, a través de lo que he denominado nueva clarividencia. Esto implica un trabajo profundo sobre el concepto y sobre su conexión con el Yo que a través del sentimiento y del deseo tomará cuerpo a través de la imaginación. Más allá del concepto está la simplicidad de la mirada del Amauta o lo que Rudolf Steiner llama el Cristo en mí, una entidad trascendental que tiene la capacidad de percibir al pensamiento desde dentro y desde fuera de sus límites lógicos. Durante el proceso de creación de la nueva clarividencia el pensamiento era puesto frente a sí mismo con la intención de generar en él una Presencia conceptual que extendería su presencia hacia los sentimientos y los deseos del Yo. Esta presencia conceptual activa lo que Schelling denomina intuición intelectual es decir, la capacidad para percibir imágenes con el pensamiento. De lo que se trata en este último paso es de generar en el interior del Amauta una Presencia de la Presencia, independiente de intermediarios conceptuales, desde la cual hacer que ese pensamiento sea reactivado desde un contacto directo con su Fuente, a la que Fichte denomina Yo absoluto. Pero como dice una de las personas que percibió en el siglo XX la presencia conceptual del Yo absoluto en sí misma o Cristo etérico, Simone Weil, “hay que realizar lo posible para alcanzar lo imposible”.
NOTAS
[1] Boletín 31 (KF), 1977
SOBRE EL AUTOR
Óscar González Pérez es autor del libro “Las fuentes filosóficas de la Antroposofía. Rudolf Steiner y la corriente Mikaélica” de editorial Kaicron, y autor de la tesis doctoral “Bipolaridad y libertad en la filosofía de Rudolf Steiner” en la Universidad de Barcelona. Formado en Pedagogía Waldorf, es profesor de filosofía en un instituto de educación secundaria y es licenciado en Filosofía por la Universidad de Santiago de Compostela.