
POR: MAIRA PIRCHIO
*Pintura por Carolina Favale
Hace unos días tuve una conversación con una mujer cuya madre actualmente se encuentra internada en un geriátrico. Me contaba que había comenzado a tener fallos leves de memoria, signos de un deterioro cognitivo esperable para su edad. Sin embargo, lo que más la inquietaba era la preocupación de su mamá, no tanto en cuanto al olvido de hechos puntuales, sino a la posibilidad de olvidar quién es. En su relato, aparecía la pregunta persistente y la angustia de su madre ante semejante posibilidad.
Me quedé pensando en la íntima unión entre la memoria y la identidad. La memoria es, en muchos sentidos, el suelo donde se apoya nuestro sentido personal, íntimo y estructural de ser. Es allí donde vamos a buscar quiénes somos: en los recuerdos de lo que hicimos, las decisiones que tomamos, como nos sentimos en determinadas situaciones, en cómo respondimos, en las vivencias que nos marcaron. Esos fragmentos nos guían cuando enfrentamos las grandes preguntas sobre nosotros mismos.
En el envejecimiento normal, cuando la memoria comienza a fallar, el sentido identitario puede tambalear. ¿Quiénes somos sin los recuerdos de lo que fuimos? O, si vamos más allá: ¿quiénes somos si no podemos integrar nuevas experiencias al Yo? Porque lo que ocurre —ya sea en los fallos de memoria propios de la edad, como en casos de demencias como el Alzheimer— es que la memoria más antigua, la de largo plazo, suele conservarse, mientras que la de corto plazo se ve mucho más afectada. Es decir, lo que se dificulta no es tanto recordar lo viejo, sino incorporar lo nuevo. Y si no podemos integrar lo nuevo a nuestra biografía, ¿cómo continúa entonces la evolución del Yo?
La preocupación de esta mujer al ver a su madre afligida por perderse a sí misma, me pareció tan válida como reveladora. Me llevó a preguntarme —y a querer explorar más profundamente— qué son los recuerdos, cómo se relacionan con nuestra identidad y cuánta verdad guardan sobre quienes somos. Porque si nuestra identidad se basa en la memoria, ¿qué ocurre cuando los recuerdos cambian con el tiempo? ¿Y con aquellas escenas que quedaron congeladas, inmutables? ¿Qué vínculo podemos sostener con ellas?
Este texto busca, entonces, abrir una exploración entre estas cuestiones, en diálogo con los aportes de la psicología contemporánea y la mirada antroposófica.
Porque quizás recordar sea algo más que volver al pasado…

Del recuerdo estatua al recuerdo jardín
Hace tiempo comencé a acompañar a un paciente que llegó conflictuado por el vínculo con su padre. En su relato, los hechos del pasado eran inapelables: habían ocurrido exactamente como él los percibió. Su narrativa transmitía cierta rigidez y en ella los recuerdos parecían estatuas inamovibles, hechas de un material tan duro que solo un cataclismo podría destruir o enterrar para siempre.
Me pregunté entonces: ¿qué ocurriría si pudiéramos pararnos frente a nuestros recuerdos como si lo hiciéramos frente a un material maleable? ¿Qué pasaría si fuesen como una arcilla húmeda a partir de la cual podemos moldear algo nuevo, o como una hoja en blanco sobre la que podemos volver a escribir o dibujar aquello que nos parecía definitivo?
¿Y si pudiésemos mover las escenas internas como si se trataran, no de nuestra vida sino de una obra teatral, y desplazar a los personajes, imaginar qué sucedía en la habitación contigua, qué ocurrió antes o después de lo que nos quedó fijado en una imagen?
El recuerdo es, lo sabemos, difuso. ¿Dónde empieza? ¿Qué lo precede? ¿Qué otras cosas acontecían en simultáneo? Este paciente, como tantas otras personas, se aferraba a su memoria como si fuera la única verdad posible. Como si no existiera ninguna grieta, ninguna posibilidad de reinterpretación. Era un recuerdo terminado, cerrado, endurecido.
Pero un recuerdo contiene fisuras. Sin las mismas, ¿cómo podríamos resignificar lo que dolió? Los recuerdos sin grietas se empantanan en el corazón, nos atrapan como arenas movedizas: cuanto más ahondamos en ellos, más nos hundimos. Pero ¿y si en lugar de arenas movedizas, la memoria fuera un territorio vivo? Un jardín fértil, lleno de vegetación inesperada. Siempre hay una planta nueva que no vimos antes, un árbol que perdió una rama, un animalito que dejó una huella reciente, un brote que no existía hace un mes. ¿Es posible concebir la memoria como algo en movimiento, cambiante, impermanente?
un recuerdo contiene fisuras
La imaginación herida: sobre los recuerdos que no se transforman
Un libro que me acompañó para comprender los procesos que refiero fue El cuerpo lleva la cuenta, de Bessel van der Kolk. En él, el autor nos guía en el camino de entender cómo los eventos traumáticos se inscriben no solo en la mente, sino también en el cuerpo y en el cerebro. Los traumas quiebran nuestra capacidad imaginativa, esa facultad de “jugar con la mente”, como él la llama. Dicha capacidad nos permite crear mundos posibles y abrir nuevas perspectivas: “es una plataforma de lanzamiento esencial para que nuestras esperanzas se hagan realidad”.
Cuando los recuerdos quedan herméticos, congelados como estatuas, sin las aberturas que permiten transformarlos o resignificarlos, allí tenemos el indicio de una herida paralizante para la subjetividad. La imaginación, en esos casos, queda anulada, sin fuerza vital.
Más adelante en su libro, van der Kolk relata una investigación muy significativa realizada en la posguerra: el Estudio Grant sobre Desarrollo Humano, que siguió sistemáticamente la salud psicológica y física de más de doscientos estudiantes de Harvard, entre 1939 y 1944. Muchos de ellos habían participado en la Segunda Guerra Mundial y, al regresar, fueron entrevistados para registrar sus experiencias. Luego de cuarenta y cinco años fueron nuevamente convocados y lo sorprendente fue que la mayoría relató vivencias muy diferentes a las que habían expresado en la primera entrevista. Había, en sus memorias, un movimiento, una transformación del relato. Sin embargo, hubo una excepción significativa: las personas que desarrollaron síntomas de estrés postraumático conservaron sus relatos casi intactos. Sus recuerdos no habían cambiado con el tiempo. Se habían mantenido fijos, inalterables, durante más de cuatro décadas.
Cuando los recuerdos quedan herméticos, congelados como estatuas, sin las aberturas que permiten transformarlos o resignificarlos, allí tenemos el indicio de una herida paralizante para la subjetividad.
Me resulta impactante pensar que una imagen interna puede quedar así, intacta. Porque esas estampas que fijamos de situaciones estresantes, si no cambian con el tiempo, se convierten en presencias deteriorantes para el alma, detienen el movimiento interior y no permiten el despliegue de la imaginación.

Recordar activamente: hacia una relación libre con nuestras imágenes interiores
El aporte enriquecedor de la Antroposofía a estos planteos me llegó de la mano de Ad Dekkers, psicoterapeuta holandés, a través de su libro Conocer quién eres. En él realiza un profundo trabajo sobre cómo nos vinculamos con los recuerdos y propone adoptar una actitud volitiva, con intencionalidad, de trabajo y de creación frente a ellos. Y como vía de aproximación, sugiere una actitud meditativa. “Una sana acción del recordar puede y debe ser una acción activa. Como si quisiéramos ir a reobservar bien qué cosa hemos en verdad encontrado”.
Dekkers pone el acento en la necesidad de adentrarnos nuevamente en la escena, completarla y traer elementos que quizás no se percibieron, se omitieron o se negaron. Hace una observación aguda: recordamos más lo interior que lo exterior. Esta afirmación concuerda con las investigaciones de Bessel Van Der Kolk, quien sostiene que lo que queda impregnado en la memoria es la vivencia interna de lo ocurrido, cómo nos hizo sentir lo que pasó. De esta manera, el acontecimiento en sí se vuelve difuso, descontextualizado, incompleto.
Imaginemos la siguiente escena de la infancia: una niña vuelve del colegio con un dibujo que hizo con entusiasmo. Corre a mostrárselo a su padre, que está concentrado en la computadora. Él apenas lo mira y le dice, sin levantar la vista: “Después lo veo”. Es posible que, con los años, esa persona ya no recuerde el dibujo, ni el día, ni la ropa que llevaba puesta. Pero puede conservar nítidamente la sensación de desilusión y la vivencia de no haber sido vista. Esa emoción quedará grabada como una verdad interior, incluso cuando el hecho concreto se haya vuelto borroso.
Más adelante en su libro, Dekkers señala que un recuerdo posee un contenido infinito: puede crecer, expandirse y enriquecerse a lo largo de la vida. En cada etapa biográfica desarrollamos nuevas capacidades anímico-espirituales. Por ejemplo, frente a una situación determinada, hoy podemos responder con mayor paciencia que en otros momentos, con mayor compasión o conciencia de nosotros mismos y del otro. A la vez, ampliamos nuestra comprensión del mundo. Ocurre así un movimiento de expansión de la visión interior y exterior, y los recuerdos no deberían quedar al margen de ese crecimiento.
un recuerdo posee un contenido infinito
Entonces, tenemos la posibilidad de volver a encontrarnos con nuestras imágenes del pasado desde el nuevo Yo que somos hoy y repensar esos recuerdos desde los nuevos entendimientos que adquirimos del mundo y de nosotros mismos. Con el conocimiento y la sensibilidad del presente, realmente podemos volver a esas estampas interiores y descubrir detalles hasta entonces ocultos. Tal vez así hallemos una comprensión nueva de nuestras acciones pasadas y también de las de los demás.
Dekkers ofrece además un consejo que considero fundamental para el desarrollo interior: aprender a distinguir entre las impresiones que son fuente de fuerza y riqueza, y aquellas que nos empobrecen y envenenan el alma. Nos invita nuevamente a una actitud activa frente al recordar, pero esta vez desde un lugar de discernimiento: ¿qué efecto tiene este recuerdo en mí?, ¿me nutre o me paraliza?, ¿de qué manera me estoy relacionando con esa imagen?
Hacia el final de su obra, el autor realiza una puntualización esencial sobre la libertad: “Si el alma está en condiciones de administrar con total libertad su potencial de recuerdos y, por consiguiente, de actuar en el reino de los eventos con dominio, sin ser encadenada a las impresiones del momento, entonces nace un nuevo espacio para el desarrollo de una personalidad libre”. Tal es la escena de libertad para el vínculo que sostenemos con nuestras imágenes internas y con nuestros recuerdos. Allí, en ese espacio íntimo, tenemos el poder de elegir cómo será esa relación.
Para ir concluyendo, me gustaría volver a aquella mujer que teme junto a su madre que ella olvide quién es y a aquel hombre que no puede mirar a su padre de otra manera. Ambos me mostraron y nos muestran lo mismo: cuando un recuerdo se cristaliza también tambalea nuestro sentido de ser. Pero si logramos abrir fisuras —ya sea con compasión, con trabajo terapéutico o con imaginación activa—, algo nuevo puede nacer.
Para ello, Dekkers nos deja una imagen clave: lo que somos no es tanto ese conjunto de memorias en sí, sino el continuo trabajo de reescritura que hacemos con ellas a lo largo del tiempo. En ese poder de transformación reside algo profundamente personal, porque integra lo nuevo que somos con lo viejo que fuimos, y en ese proceso vamos siendo lo que todavía no somos del todo.
La identidad, a la luz de estos aportes, se resignifica al incluir esa esfera íntima de libertad y devenir, en la que estamos siempre al encuentro de quien podemos —y queremos— ser, a través del trabajo creativo con lo que fuimos.
Bibliografia
Dekkers, A. (1995). Conocer quién eres: Psicoterapia biográfica. Editorial Antroposófica.
Van der Kolk, B. A. (2015). El cuerpo lleva la cuenta: Cerebro, mente y cuerpo en la superación del trauma (1.ª ed.). Editorial Eleftheria. Título original: The Body Keeps the Score, 2014)
Maira Pirchio es Licenciada en Psicología (UBA). Se formó en “International Anthroposophical Studies” en Goetheanum y en psicoterapia antroposófica en Buenos Aires, Argentina. Es Magister en Psiconeuroinmunendocrinología en la Universidad Favaloro. Interesada en el estudio, aplicación e integración de las terapias complementarias antroposóficas y en los abordajes transdisciplinarios.
mairapirchio@gmail.com
*Imágenes de la artista Carolina Favale. Contacto IG de la artista: cuore_carofavale