POR: DIEGO MILILLO
Mucho en la obra legada por Rudolf Steiner nos habla sobre los diferentes estados de consciencia en el ser humano, sus niveles de actividad, los efectos por dentro y fuera del ámbito puramente humano, y el trayecto histórico que hubo de ser atravesado por todo el conjunto evolutivo hasta que pudo ser alcanzada la –hoy por hoy– característica consciencia de vigilia. Este estado considerado como el normal o estandarizado, puesto que representa al lapso de tiempo durante el cual el hombre percibe clara y definidamente tanto al entorno que lo rodea como a sí mismo, convive con otros dos de características fundamentalmente diferentes: el del sueño nocturno y uno más profundo aún, que asemeja al estado de coma. Sabemos de hecho que la claridad perceptiva de la vigilia atañe solamente a una esfera físico-anímica del hombre; si bien se encuentra cognitivamente activa dentro de todo lo que concierne a su configuración craneana y los órganos sensorios que allí se ubican, los otros dos sistemas corporales manifiestan las características de los otros dos estados que citamos anteriormente, equivaliendo a: el sueño regular o pictórico (imágenes que pueden llegar a relatar una situación X) corresponde al sistema rítmico o torácico, mientras que el sistema metabólico está sumido en un estado de consciencia en donde no surgen imágenes. En resumen, pese a hallarse despierto a lo largo de una cantidad considerable de horas diurnas, la mayor parte de su organismo físico no acompaña la cognición y por lo tanto, se acomoda pasivamente al dictar de la percepción sensorial y lo que el hombre desarrolle como actividad propia a partir de ella.
Pero el hombre, desde su vigilia, no alcanza a elaborar una noción concreta acerca de las circunstancias que le proveen tal vigilia; lo más que alcanza a dilucidar es que él despierta en algún momento del día y cuando en otro momento dado ve que la claridad mental cede a causa de la fatiga física, precisa obviamente volver al estado previo. Dejando voluntariamente de lado toda irregularidad que se manifieste entre un estado y otro, y dejando también de lado toda teoría científico-materialista, corresponde aquí enmarcar a este fenómeno dentro del conjunto completo del universo celeste, porque tanto el organismo físico humano como los diversos estados de consciencia que le determinan el tipo de percepción, hallan su origen en la periferia del cosmos: aquí han de incluirse al Sol y a la Luna como cuerpos celeste que integran al sistema planetario, al conjunto de regiones de la bóveda celeste o signos zodiacales y a las constelaciones de las estrellas fijas que integran al zodíaco sideral (dichas constelaciones llevan el mismo nombre que las del zodíaco eclíptico, pero su distribución no coincide mayormente con éstas). El interactuar de todos estos componentes del cosmos se ve aparentemente determinado por numerosas leyes y reglas, las cuales expresan matemática, física y hasta químicamente el comportamiento de estos actores. La humanidad ha denominado como Astronomía al estudio de este comportamiento del cosmos. Pero por detrás de las complejísimas resultantes que se obtienen a través de este estudio, el hombre no sabe –es decir que no lo percibe– ¡que está estudiando la arquitectura de su propia consciencia! Este no ha sido siempre el caso; antroposóficamente, sabemos que el desarrollo de la consciencia de vigilia inhabilita ex profeso a la percepción espiritual, con el fin de que el hombre desarrollase al máximo la percepción sobre sí mismo, la sensación de ser un Yo individual, pero que este estado tiene un principio y un final establecido dentro del devenir de la evolución. La consciencia de vigilia tiene una misión que ha de ser lograda durante un determinado lapso de tiempo; llegado el punto cúlmine del mismo, el resultado obtenido se verá sometido a una transformación que dé lugar a una nueva instancia de la evolución general: la cognición humana está destinada a extenderse por sobre otros ámbitos que ya no serán solamente los materiales.
Todo este devenir, el pasar de una clase de cognición a otra, está indefectiblemente ligado a esos procesos cósmicos; la consciencia diurna y la nocturna encuentran relativamente fácil su analogía cósmica, ya que las dos luminarias (el Sol y la Luna) son inevitablemente perceptibles a los órganos sensorios humanos, a menos que se padezca una disminución física. Luz y oscuridad se alternan rítmicamente según va rotando la Tierra alrededor del Sol y de su propio eje. La primera de las rotaciones –heliocéntricamente visto, por la cual la Tierra gira alrededor del Sol en una rítmica de 24 horas establecidas– es actualmente percibida sin ninguna dificultad por la mayoría de los seres humanos; la luz exterior aumenta y disminuye en relación a la ubicación terrestre con respecto al astro luminoso. Con respecto al lapso de tiempo oscuro o nocturno, la situación denota un rezagamiento en lo que se refiere a la percepción consciente de lo que sucede con la Luna: las fases lunares. Estas fases lunares han perdido cuantiosamente su influencia dentro de aquello que es capaz de percibir el ser humano actual; en tiempos arcaicos, la noche y el ciclo lunar eran una herramienta valiosa que ayudaba a comprender los procesos de plasmación de todo tipo de influjo cósmico sobre el cuerpo etérico humano, sobre todo en lo concerniente al proceso de la encarnación del Yo humano en un cuerpo físico. La gestación, el desarrollo embrionario y el nacimiento estaban guiados desde la lectura del cosmos por parte de los grandes iniciados. Recién con Willi Sucher, el sucesor de lisabeth Vreede y fundador de la Astrosofía, este conocimiento retomó su impulso vital y los antiguos parámetros de la interpretación cósmica recibieron entonces la modernización que les urgía, así como un nuevo “eje de rotación”, esto es el Yo humano como figura central y responsable de su propio karma o destino.
Las fases solar y lunar del día de 24 horas conllevan situaciones que escapan furtivamente a la percepción del humano mientras se halla despierto; esto no equivale a que la influencia cósmica no se ejecute, pero la carencia de tal cognición genera en el hombre una peligrosa abstracción sobre sus propias circunstancias y las de su entorno; vemos como, paulatinamente, el propósito de fomentar la independencia o libertad del ser humano gracias al enajenamiento del cosmos comienza a dar signos de caducidad, y la consecuencia de permanecer dentro de este estado será irremediablemente contraproducente. Nos hallamos históricamente lejos ya del “punto medio” del logro ideal y la consciencia materialista reinante aqueja de sobremaduración. Para clarificar este “punto medio” del que hablamos, es necesario recurrir a ciertos datos clave dentro de los períodos histórico-culturales por los que ha atravesado la humanidad. Alrededor de hace unos 800 años atrás, la humanidad medieval dejó también atrás la preocupación por lo divino y las muchas batallas que ésta le había causado, y un fuerte impulso por el humano como persona singular fue descartando los ecos de esta era que solamente le hablaba de lo que estaba por encima de él, ¡pero no tanto de él! La época del Alma Consciencia irrumpe unos siglos más tarde retratando personalidades que opinan sobre el mundo y sus fenómenos, que experimentan con las partes del todo para explicar el todo, convirtiendo finalmente al objeto de estudio en algo análogo al instrumento que se logró elaborar a tal causa: la máquina. La Edad Media había concluido y como su nombre lo indica (de aquí que sea “media”), esta Era representa en la historia terrestre un punto cúlmine del alcance humano, la fase plena de la Luna o el zenit del Sol en términos cósmicos; también es el indicador de un declive o mengua y de un estadio de preparación que precede a una nueva fase. Surge sin dudas la pregunta sobre qué es lo que ha alcanzado tal máxima altura que ha de comenzar indefectiblemente su descenso. En lo que puede referirse como estados de consciencia diurno y nocturno, medible en lapsos que abarcan 24 horas por vez, se tuvo en consideración a la relación Tierra-Sol. Pero la evolución de la consciencia abarca mucho más tiempo histórico cuando han de considerarse cambios más radicales que el simple despertar o dormir habituales. Aquí ya no podemos fijar nuestra mirada en las agujas del reloj y contar las horas, sino que la vida humana misma se vuelve un “minutero” de la hora espiritual; antes de continuar con esta disertación, es necesario poner en claro a qué tipo de cambios de consciencia nos referimos. Si señalamos a cierto momento de apogeo dentro de la así llamada Era o Edad Media (hacia 1200-1300 aproximadamente), éste lleva la característica intrínseca de la clara percepción de la vigilia, pero que continúa siendo un lazo comunicativo con la realidad espiritual. Rudolf Steiner mencionó numerosas veces cómo la humanidad medieval no necesitaba ser explicada sobre el concepto “religión”, sino que hasta aquella época era todavía válida la posibilidad de vivenciar la existencia de un mundo espiritual, mismo a través de los sentidos físicos. La figura de Tomás de Aquino es una especie de “último fruto” del árbol de aquella especie que se extinguía con rapidez. Con el fin de vislumbrar el inicio o el estado germinativo de ese punto medio “maduro”, debemos recurrir al reflejo terrestre de un fenómeno cósmico mucho más grande y amplio que lo que nos proporcionan las dos luminarias como medios de consciencia. Fue mencionado previamente que la Tierra gira sobre su propio eje; este eje terrestre empero no le pertenece solamente a ella, podemos decir que lo “comparte” con un ámbito cósmico bastante más extenso que ella misma, pero que la sitúa como centro de su propia actividad.
Se lo conoce como AÑO PLATÓNICO, y sin lugar a dudas representa una cantidad de tiempo difícilmente imaginable; pero podemos ubicarnos un poco más si tomamos a esa “Era Media” que fue descrita anteriormente, e imaginamos que la simiente de tal fruto maduro de la cognición humana fue sembrada unos 10.000 u 11.000 años antes (considerar fechas y datos exactos dentro de lapsos tan enormes de tiempo no es de gran ayuda aquí; lo que se pretende es que se comprenda el ritmo de los grandes cambios). Para entonces, la humanidad disponía de un estado de consciencia muy diverso al actual, de hecho los valores estaban prácticamente invertidos: durante la época atlántica, el ser humano poseía una consciencia nocturna u onírica mucho más clara y precisa que la actual; contrariamente, su percepción física no estaba lo suficientemente desarrollada como para distinguir objetos delineados como lo capacita su consciencia de vigilia moderna. Esto estaba ligado al hecho de que todo su entorno era también diferente, la Tierra y sus substancias se hallaban en un estado acuoso-vaporoso… de poco hubiéranle servido los ojos actuales al atlante, ya que éstos están determinados para ejercer su función dentro de una atmósfera saturada de aire y no de agua. Pero la vieja Atlántida ya había dado sus mejores frutos, y la evolución (o los planes divinos para el hombre) verían someterse a un cambio gigantesco: de la consciencia o percepción nocturna (ligada al elemento acuoso) iniciaría su trayecto hacia la diurna (ligada al elemento aire-mineral sólido). Tal cambio significaba ganar autonomía del Yo individual del hombre, pero asimismo el riesgo de perder la noción de pertenecer a un mundo espiritual. Las consecuencias aparentemente negativas del pasaje de un estado de consciencia al otro, pueden quedar compensadas si toda la cuestión se mira desde otro punto de vista.
El cosmos espiritual es el arquitecto del andamiaje exterior de la obra ideal que este mismo rodea; del mismo modo que los andamios o parapetos circundan una magnífica catedral o un rascacielos moderno y sostienen a los obreros que llevan a manifiesto dicha obra, los aspectos y objetos planetarios que observamos en los cielos cumplen exactamente la misma función, aunque de manera bastante más compleja. De este modo podemos encontrar una fuerte analogía entre los ejes, las inclinaciones, las órbitas, las posiciones planetarias y la ubicación de las
Figura 1. El eje terrestre es la mitad o porción media aparente entre los polos norte y sur celestes, o eje de las constelaciones zodiacales de las estrellas fijas, expresado en forma generalizada. Este supuesto eje también tiene una rotación propia y genera una circunferencia en ambos polos, y el moverse del eje cósmico-terrestre por sobre la línea de esa circunferencia equivale a un lapso de tiempo de 25.920 años terrestres.
Constelaciones alrededor de una eclíptica, con el pensar de los seres espirituales; cuando la obra requiere un cambio estructural, los andamios también han de localizarse diferentemente.
El final del ciclo atlántico presupuso un cambio drástico del viejo escenario por uno nuevo. Otro fue el modo en que pensó el cosmos para lo que debía surgir. Retrocediendo hasta más de 10.000 años previos al apogeo de la Edad Media, podríamos ver que la punta del eje cósmico (norte) marcaba una constelación y una estrella polar diferente a las que podemos encontrar hoy como tales. La época diluviana ocurre cuando el eje cósmico (también llamado punto vernal y su ciclo se denomina Precesión de los Equinoccios, dada su función para con
La segmentación de las épocas estacionales y la eclíptica solar) se hallaba en la constelación sideral de Leo –no el signo zodiacal sino la constelación de estrellas fijas–. Si los signos zodiacales que pertenecen a la eclíptica representan la esfera vital o etérica del cosmos, y por tanto manifiestan su influencia a través de la formación de los órganos físicos (corazón, pulmón, bazo, etc), las constelaciones zodiacales son el ámbito desde donde el cosmos espiritual PIENSA. Desde las regiones siderales es de donde ingresan los pensamientos e ideas que el ser humano acostumbra a considerar como propios, pero una de las mayores diferencias (o quizás la mayor en sí) que separa al mundo atlántico del post-atlántico, es justamente ésta.
La fuerte consciencia onírica atlante capacitaba al hombre para percibir y por ende conocer a las diversas entidades espirituales que habitaban el mundo junto con él; pero bajo tales condiciones, el ser humano no era capaz de decir “yo pienso”, pues le era evidente que lo que se le manifestaba como pensamiento provenía de un ser superior a él mismo. Que adquiriese la capacidad hoy tan distintiva como es el decir “yo pienso”, el mundo espiritual concibió la perspectiva de crear una instancia o un escenario idóneo
Figura 3.
en donde el hombre desplegase la actividad pensante propia y no fue hasta transcurridos casi más de 10.000 que se alcanza la edad o punto medio de semejante desarrollo. Cada constelación sugiere el hábitat natural de un tipo determinado de pensamiento originado en el Espíritu; la Astrosofía de Sucher denomina el estudio de estas regiones del pensar como natividad del pensamiento cósmico, ya que se requiere una suma de sucesos estelares dentro de la vida de un ser humano para que este pensar del cosmos se manifieste en forma característica, y realmente se trata de un “nacer” de una filosofía particular que pasa a ser representada por una individualidad humana en la Tierra.
Las bases de este pensar cósmico fueron brindadas por Rudolf Steiner (1) y elaboradas extensivamente por Willi Sucher, quien fue capaz de determinar esta natividad en genios como Goethe, Schiller y Novalis, Wagner y Mozart, Rafael y Tolstoi, etc. El surgir de esta configuración del espíritu humano se ve estrechamente ligada tanto al karma individual como al social, y a la relación que dicha alma posea con el cosmos previo a encarnar en una época determinada. La constelación de Leo representa al pensamiento cósmico o cualidad filosófica del SENSUALISMO o SENSORIALISMO.
Figura 4
Es por lo tanto un pensar que concibe a la existencia desde lo que perciben los sentidos físicos; de este modo queda –dicho en síntesis– establecida la tendencia que cobrará impulso en el pensar humano al comienzo de la nueva etapa post-atlántica. Con mayor o menor resistencia, fue así que la humanidad dio sus primeros pasos sobre un terreno poco conocido para él y que requirió de todo su esfuerzo por comprenderlo. La emancipación del Yo humano halla un vasto campo de ejercicio en este mundo de formas estrictas y fijas, y entre los años 8.000 y 7.000 AC se conforma la primer cultura humana afincada en la esfera puramente físico-material, pero siempre acompañada aún de una fuerte noción del origen espiritual del hombre que estaba anclada primeramente a su memoria y en segunda instancia, por la práctica de una alta espiritualidad dentro de los centro de culto.
El eje cósmico presenta una característica: inversamente a la dirección que toma el Sol junto con los demás planetas, constituyendo así su órbita por la eclíptica en movimiento contrario a las agujas del reloj, el eje avanza de derecha a izquierda. Desde la última glaciación, producto del inicio de un nuevo estado de consciencia humana, el punto vernal se ubica ahora a finales del signo zodiacal de Piscis. Aquí es donde se generan confusiones variadas a la hora de determinar la correspondencia natal con la zodiacal, puesto que se toma al 0° de Aries como comienzo del zodíaco, pero esta medida no es coincidente con la ubicación del eje cósmico sobre las constelaciones. Son en realidad dos situaciones diferentes que actúan en consecuencia de manera diferente sobre el individuo y sobre la Tierra. Sea dicho brevemente que los signos zodiacales que forman parte de la eclíptica solar (zodíaco tropical), están regidos por las influencias planetarias, mientras que las constelaciones siderales influyen más desde lo astral y son el vehículo del pensar del cosmos. En aproximadamente 300 años, el eje cósmico habrá ingresado en Acuario, pero el Sol seguirá inaugurando la Primavera cuando ingrese en el signo de Aries.
Con esto podemos remitirnos a la diferencia que existe entre la segmentación estacional del año determinada por el Sol (Primavera, Verano, etc) y el surgimiento de una CULTURA humana a lo largo del tiempo. El segundo fenómeno depende claramente del movimiento del eje cósmico por las constelaciones de las estrellas fijas. Ambos procesos interactúan entre sí, pero la resultante es una completamente diferente. Veamos cómo sucede esto. Astronómicamente visto, el punto vernal sideral avanza en trayectoria circular a una velocidad de 1° cada 72 años terrestres; el arco de expansión de cada constelación zodiacal comprende 30° de elongación establecida, en donde el grado 0° de cada segmento equivale al 30° del segmento o constelación anterior (la división irregular de las constelaciones siderales, así como la supuesta división en trece segmentos y no doce, no será tema de discusión en esta disertación). Esta velocidad de giro o trayectoria del punto vernal sideral alrededor de su propio recorrido da como resultado un período de tiempo de 2.160 años, el lapso que tarda en atravesar una constelación zodiacal completa. Si tomamos como ejemplo al punto de inicio de la era post-atlántica desde la constelación de Leo, hemos de contabilizar 2.160 años que transcurrirán hasta ubicar al punto vernal en la constelación siguiente, la de Cáncer, y así sucesivamente (recordemos que la Precesión de los Equinoccios realiza un movimiento contrario a la del trayecto planetario, es decir, en el sentido de las agujas del reloj).
Pero este recorrido y su velocidad de trayecto no es arbitraria; está arquitectónicamente ligado a las estructuras vitales del hombre en la Tierra: 72 años (2) corresponden a la duración estándar de la vida física humana, y ésta a su vez se ve conectada a los procesos cardíacos-respiratorios, los cuales representan el “motor” que impulsa y mantiene los niveles del funcionamiento óptimo de todo el conjunto corporal. Si se observa este proceso más en detalle, obtenemos: 18 pulsaciones cardíacas por minuto, divididas en sístole y diástole: 18 x 60” x 2 = 2.160; 1080 pulsaciones cardíacas por hora, en 24 horas son 25.920.
Esquemáticamente, el año sideral representado por el giro completo del punto vernal en el cosmos, es realizado microcósmicamente por el hombre en un solo día terrestre o minúsculo “año sideral”. El cambio de consciencia humana requirió también un cambio general en todo su organismo físico, y este arquetipo de consciencia quedó plasmado en la organización rítmica del hombre, su sistema torácico. El sistema cardiovascular se halla bajo influencia permanente del sistema respiratorio, la oxigenación de la sangre implica una mineralización constante al incentivar la misión del hierro en ella: el auto-reconocimiento del ser humano como ser terrestre y su actividad personal e individual dentro del mundo físico-sensorio que lo rodea. El resultado final de la cognición es otro a partir de esta instancia; y la suma de las características de todo aquello que la humanidad entera aplica sobre el mundo desde esta perspectiva, expresa culturalmente lo que primeramente sólo había sido INTENCIÓN en las regiones del pensar cósmico. Como región espiritual, la Era de Leo tuvo la intención primaria de emplazar al ser humano en un medioambiente tal, que le permitiese elaborar un tipo de consciencia capaz de reflejarle su propio ser individual. Esta propuesta del cosmos fue ciertamente un inicio de esa compleja elaboración de un nuevo estado de consciencia; el desenvolvimiento de esa “idea” halla su continuación en el trazo o marca que va plasmando el eje cósmico a lo largo de prolongadas eras y el espejo de aquello que primero es ideal, se convierte en realidad manifestada a través de una cultura humana determinada.
El surgir de una cultura, sus características, sus tendencias, sus logros y su devenir en el tiempo y el espacio físico, debe remitirse a la afinidad que ésta muestre de sí con aquella región del cosmos desde donde fue pensada previamente. Los 2.160 años estimativos citados anteriormente, conforman el ciclo de vida de una cultura X, y cabe destacar que los procesos de la manifestación cultural, desde la “gestación” de la idea hasta su “nacimiento” en el tiempo/espacio físico terrestre a través de un cúmulo humano, no coincidirá exactamente con la rigidez numérica que definen al arquetipo y que establecen la regularidad de los patrones astronómicos; más bien debe contemplarse como un desenvolvimiento sumamente flexible que va desde el pensamiento estructural espiritual hasta el surgir de una cultura humana en el plano físicosensorio, casi como el efecto de ondulación múltiple sobre el agua al arrojarse un objeto contundente en ella, o la reverberación acústica de un fenómeno sonoro. Asimismo son irregulares tanto la finalización como el comienzo de un nuevo período cultural. La cultura humana no escapa a la influencia anímica del sentir y su rítmica, sucediendo así que todo un conglomerado social queda “pulsando” dentro de conceptos e idiosincrasias que pertenecen a una postura previa del cosmos y pasan a convivir –de un modo u otro– con lo nuevo que se manifiesta, generando las más diversas reacciones, positivas y negativas, y creando muchas veces un elemento innovador que va incluso más allá de todo arquetipo preestablecido: la individualidad libre del hombre se presenta aquí como un fuerte elemento de transformación para el cosmos, y esta característica particular del ser humano lo confronta con el hecho de autodenominarse un co-creador universal. Tal posibilidad, la de innovar el cosmos a medida en que va desarrollando una mayor cognición sobre sí mismo, es el foco principal del estudio de la Astrosofía, ya que la peculiaridad con la que el individuo humano establece una relación entre el mundo espiritual y su propio actuar desde una “idea” original, lo sitúa en una posición única. El hombre deviene desde el cosmos, su configuración interior y exterior están supeditadas al arquetipo estelar (constelaciones, signos eclípticos, aspectos planetarios, etc.), pero en él se ve intrínsecamente establecida la posibilidad de modificar progresivamente los parámetros del pensar del cosmos y proponer una nueva perspectiva. Se hace entonces evidente que el hecho de que dentro de un período cultural surjan determinado tipo de individualidades, también depende del grado de esa afinidad con el pensamiento y la intención cósmica que corresponde a cada región celeste. Obtenemos de este modo una crónica histórica de los representantes humanos que más destacaron desde sí mismos a esta interacción entre el universo estelar y la Tierra. Si seguimos el paso del eje cósmico por las constelaciones que continúan a la de Leo, vemos exteriormente concordancias y discrepancias entre la cognición de una cultura y otra, pero un fuerte lazo interior entre ciertos individuos y la égide de la constelación predominante. El punto vernal dentro de la constelación de Cáncer manifiesta en la cultura física humana un rasgo determinante, otorgado por la circunstancia astronómica que definen la trimembración del cosmos físico y espiritual: el sistema planetario, ubicado entre las constelaciones siderales y la Tierra. Los planetas semejan un filtro por donde se vuelcan los pensamientos cósmicos de los espíritus, y a cada constelación le es asignado un determinado planeta, el cual tiene que ver íntimamente con el propósito a ser llevado a cabo. Para la región de Cáncer, la Luna entra en consideración. A ella está ligado todo el proceso reproductivo y la puesta en escena de los parámetros genéticos o código de los “moldes” de la estructura física de los seres vivos. Tenemos en la relación del punto vernal en la constelación de Cáncer y las propiedades lunares, al origen y causa de la división de castas sociales de la antigua cultura india. El tipo de cuna, es decir las características y el nivel social (no daba igual el descender genéticamente de un soldado, un comerciante o un ministro) determinaban la cualidad del hombre y lo catalogaban como apto para ejercer una posición dentro de una capa social u otra. A medida que el punto vernal fue trasladándose, otros pensamientos e ideas fueron apareciendo dentro del orden cultural. Desde la posición inicial en Leo hasta la actual en Piscis, el rol del individuo se destaca más y más a lo largo de la crónica histórica, individuos que van tiñendo la percepción del pensamiento cósmico estelar con sus propios parámetros y tendencias personales. Sería largo en extremo detallar las características de cada resultado cultural y su relación con las constelaciones zodiacales, pero podemos visualizar el pasaje de este fenómeno astronómico y enfocar nuestra atención sobre el puente que se tiende entre el inicio de la era post-atlántica en la constelación de Leo y el punto medio de esta evolución, avanzado ya el trayecto del eje cósmico por la constelación de Piscis y contemplar allí una figura individual humana como fuera la de Tomás de Aquino, sopesando entonces cuánto hubo de atravesar no solamente la humanidad sino el cosmos entero hasta que fuese logrado el hecho de que una cognición del plano físico-sensorio estableciese la idoneidad entre el proceso del pensar propio y el pensar divino o espiritual, más allá ahora del punto crítico que atañe a la inmortalidad del alma, que es en sí el resultado residual del enajenamiento que provoca el verse supeditado a una sola parte del total de la realidad. Tomás de Aquino, junto a varias otras individualidades que representaron el estado de consciencia medieval, es un hito espiritual dentro de los anales históricos de la era post-atlántica y marca un antes y un después de la relación entre las configuraciones estelares del cosmos y la existencia humana terrestre y por lo tanto, de la función astronómica/astrológica del eje cósmico. En él, como personalidad humana que representa a toda una cultura terrestre, queda representado el final de un ciclo ascendente promulgado por el cosmos y plasmado incluso hasta en las características geográficas del planeta Tierra; de hecho, la aparición de un fenómeno de características exclusivamente geo-meteorológicas como fue el lapso glaciario que continuó y suplantó el cambio morfológico terrestre luego de la desaparición de la Atlántida, forma parte de todo el proceso rítmico que hemos descrito como requerido para el cambio general del estado de consciencia humana, desde el apogeo de la cognición onírica y pictórica nocturna hasta la de la vigilia diurna. Nos detendremos ahora sobre esta cumbre histórica para intentar contemplar la objetividad del ascender y descender de la evolución de la cognición humana, como reflejo de situaciones estelares que se reflejan constante e ininterrumpidamente sobre el vasto contexto de la realidad terrestre. Astrosóficamente, deberán considerarse dos circunstancias al momento de dilucidar lo más claramente posible cómo se manifiesta el intrincado juego al que se ven sometidos los actores celestes y terrestres, cuando se trata de arribar a un logro determinado en el ámbito de la evolución. La primera instancia corresponde al establecimiento espacial y temporal desde donde proviene un determinado impulso, y es lo que se pretendió desarrollar en la primera parte de esta disertación: fue descrito el “andamiaje” cósmico desde donde se elabora un rasgo de la evolución (en este caso en particular fue considerado el tipo de percepción que presenta el hombre según lo sugerido por ese trasfondo cósmico-espiritual). Luego se vuelve necesario el estudiar las características del “objeto”, es decir el ser humano o los individuos que lograron ser fieles representantes del patrón cósmico en la esfera de lo terrestre.
La noción generalizada sobre el hecho de que todo individuo nace bajo la égida de una configuración estelar X encuentra hoy en día un cierto reconocimiento social; el trazado del así llamado “horóscopo” o carta natal, parte de la base de que dada una fecha del calendario y la hora exacta del alumbramiento, la posición de los astros y la segmentación del cosmos que se proyecta sobre la Tierra según la línea de luz y penumbra demarcada por la dirección del Sol (lo que se conoce comúnmente como Ascendente astrológico), éstas determinarían en un alto grado tanto a las características psíquico-espirituales como al destino general del hombre. La Astrosofía no niega este contenido astrológico, pero lo considera como tan sólo UNA PARTE de la relación entera entre el ser humano y el cosmos. El sobrepeso ejercido por la Astrología y la historia que le compete dentro de esta postura, explicitan la influencia secundaria o secuela resultante de todo el proceso cognitivo descrito previamente. Efectivamente, lo que conocemos como experticia astrológica surge tras la pérdida gradual de la percepción astral del ser humano y pretendió reemplazar el contacto directo entre los seres espirituales y el hombre por medio de la “adivinación”, tarea que básicamente utilizó el cálculo abstracto de los movimientos planetarios (fue sobre todo la influencia arábiga la que se encargó de “cuantificar” la ponderabilidad del cosmos) y que condujo a la consecuencia final de un empobrecimiento “cualitativo” de la relación hombreuniverso: por medio de la matematización de unos cuantos conceptos (Venus brinda cierto número de cualidades positivas y negativas, Mercurio otras tantas, etc.) y de un rígido parámetro cuasi maniqueísta de lo bueno y lo malo de los aspectos de relación entre las posiciones planetarias y demás utensilios del análisis cosmológico (por ejemplo, la distancia de 90° entre una posición planetaria y el Medio Cielo indicarían algo “malo” de por sí, etc.). Pero el libre albedrío humano no logra compatibilizar con el fatum de una constelación poco agraciada (o exuberantemente beneficiosas, dado el caso) sin que el hombre mismo no esté vinculado a este destino desde su propia actividad como ser libre…
Es por este motivo fundamental que la Astrosofía recurre al parámetro antroposófico que sitúa al individuo como artífice de su propio destino; esto incluye considerar que al nacimiento terrestre le antecede primero un período de gestación embrionaria y fetal, el cual resume la actividad del ser humano que encarna desde una preexistencia en los mundos o esferas espirituales, y en donde este mismo individuo interactuó, elaboró y tomó a su cargo la responsabilidad de convertirse –o no– en el representante de un propósito espiritual en la Tierra. Filosóficamente, el individuo humano libre es primeramente SUJETO y parte misma de la actividad evolutiva espiritual, para luego pasar a ser herramienta útil al OBJETO o propósito a ser llevado a cabo luego de haberse resuelto esto en el seno de la esfera espiritual. La situación se invierte al momento en que el hombre sufre el cambio de consciencia que establece la corporeidad física y tal inversión es la que le provee de una fuerte percepción de sí mismo, con las consecuencias que esta situación conlleva. A este punto se desprende casi por sí solo el hecho de que a través de ese ejercicio (el pasar de ser sujeto a objeto y viceversa) es de donde en realidad surge el destino o karma humano, ya sea individual o social. No es nuestra tarea disertar aquí sobre la instrumentación del karma, pero debe mencionarse y considerárselo como la médula espinal del dilema que se entabla entre destino y libre albedrío, a la hora de pretender llegar a una interpretación de los sucesos estelares en relación a la vida humana terrestre. Ya que, astrosóficamente, el circuito que se inicia con el individuo presto a encarnar concluye con el deceso corporal del mismo: el proceso de muerte física invierte una vez más la situación, reintegrando al ser humano al mundo espiritual del que provino. La diferencia ahora queda establecida por todo aquello que este individuo realizó mientras dispuso de un cuerpo físico denso; llegamos de este modo al tercer parámetro astrosófico y la consideración especial que merece esta última configuración estelar a la fecha y hora en la que un individuo humano deja la esfera terrestre para ingresar en la espiritual. Esta configuración estelar que queda establecida como una especie de hito de la trayectoria personal, es la que ofrece recién un cuadro objetivo y CUALITATIVO del ejercicio del hombre como individuo libre sobre la Tierra. La metódica que se aplica en la interpretación del ASTEROGRAMA DEL DECESO (3) implicaría salirnos de la temática central, sea simplemente dicho que no da lo mismo fallecer mientras Marte se hallaba en Acuario a que si se encontrara en Leo, puesto que ahora es el resultado de ese libre albedrío el que deberá hallar justificación cósmica; no es ya el ser humano quien decide solamente qué es lo que corresponde o no introducir en el cosmos del resultado de su obrar, sino que siendo un sujeto dentro del gran sujeto universal, le será necesario sopesar si ese Marte en X región del cosmos al producirse la muerte física, representa algo de valor para la evolución o ha de dejarse de lado. Resumiendo entonces, tres asuntos competen dentro del análisis cosmológico sobre el individuo y que equivalen a las tres instancias claves de todo el proceso de su encarnación:
- El ciclo de gestación o Época (dividido en diez ciclos lunares tras la concepción) y los sucesos planetarios que relatan el grabado del destino humano concerniente tanto al karma pasado como a las nuevas iniciativas que puedan llegar a encararse desde la libertad individual; cada ciclo lunar corresponde a un septenio de vida terrestre, alcanzando así el promedio de la duración de una vida física de 70 años (¡72 años corresponde a la velocidad del trayecto del punto vernal!).
- La configuración planetaria y zodiacal al momento de nacer; el asterograma natal indica un resumen del ciclo gestacional y no se lo considera determinante sobre el despliegue del destino sino que debe interpretarse como una guía sobre las direcciones que pueden darse desde la postura independiente sobre el conjunto de tendencias cósmicas, tendencias que el hombre trae consigo desde las esferas espirituales y que fueron asimiladas por él mientras no estuvo encarnado.
- El asterograma del deceso físico o el resumen objetivo de su vida en la Tierra y las connotaciones que fueron brindadas más arriba.
Considérese que la Astrosofía no está a la espera de que alguien fallezca para comenzar a interpretar la relación cósmica de un individuo…; también sucede en muchos casos el no contar ni con la fecha ni con la hora del nacimiento de una personalidad histórica, no obstante queda como recurso válido el tener en cuenta la época y el entorno de dicha personalidad, así como cualquier dato biográfico fidedigno. Este sería el caso de Tomás Aquinas, de quien no se tienen datos concretos de su nacimiento (se toma al año 1225), pero que naturalmente cuenta con un extenso material biográfico y una fecha de su deceso, el 7 de Marzo de 1274 en la Abadía de Fossanova, Italia.
Contemplado esquemáticamente, si tomamos el año 1225 como época en donde surge la figura física de Tomás Aquinas, tendremos que considerar a la ubicación del punto vernal ya pasada la mitad de la constelación de Piscis (Willi Sucher sugiere que el comienzo de la era de Piscis puede situarse un poco antes del año 0, teniendo en cuenta que la manifestación de una era cultural está sujeta a parámetros flexibles). El hecho de que el eje cósmico haya alcanzado su apogeo es relevante, pues todo proceso cultural está ligado al ciclo de evolución e involución análogos a los procesos generales de la naturaleza. Este punto álgido de la era de Piscis reúne entonces las condiciones madurativas necesarias para que la consciencia humana ponga en evidencia el resultado de largos períodos de preparación. Para dejar en claro cuál era el logro a suscitarse, citaremos lo dicho por Rudolf Steiner al respecto: “Aún era sabido: existieron una vez hombres que por detrás de los conceptos podían vislumbrar el mundo espiritual, el mundo intelectual, el mundo que también es considerado como una realidad por el Tomismo, en el cual es posible contemplar a seres intelectuales libres de materialidad y que él denomina como ángeles. No son meras abstracciones sino seres reales pero que carecen de corporeidad. Son aquellas entidades que Tomás sitúa en la décima esfera. Al circunvalarla, piensa a la Tierra desde la esfera de la Luna, de Mercurio, de Venus, del Sol, etc, pasa de la octava a la novena esfera hasta llegar al Empyreum, es decir la décima esfera. Piensa que todo esto está compenetrado por Inteligencias, Inteligencias que según él se manifiestan desde lo que vendría a ser el límite más inferior (el concepto N. d. T) descendiendo hasta donde el alma humana puede comprenderlas.”. Y continúa: “Si contemplamos el mundo de los reinos naturales por medio de la lógica analítica, por medio de todo lo que nos otorga el alma, por medio de la fuerza del pensar en nosotros mismos, entonces arribamos a aquello del mundo espiritual que está contenido en los reinos naturales. Luego debemos tener en claro: dirigimos nuestra mirada, nuestros sentidos físicos sobre ese mundo. Aquí nos relacionamos con ese mundo. Después retiramos la mirada; en cierto modo, conservamos aún lo incorporado desde ese mundo gracias a la memoria. Contemplamos retrospectivamente sobre esa memoria. Recién aquí surge lo universal, lo general; algo como la ‘humanidad’ y demás emerge recién en la figura conceptual interior. Con lo que Alberto (Magno) y Tomás decíanse: cuando miras hacia atrás, cuando tu alma refleja aquello que ha experimentado en el mundo exterior, es ella entonces quien vivencia las Universalia. A partir de todos los hombres que has conocido, construyes el concepto ‘Humanidad’. Si sólo recordases cosas individuales, vivirías en las nóminas. Ya que no vives en las nóminas terrestres, puedes percibir lo universal. Tú posees las Universalia Post Res, que habitan en el alma según su tipo. En tanto el hombre dirige su alma hacia las cosas, el resultado de lo que recuerda no es el mismo que el que obtuvo por medio de la contemplación; cuando en cierto modo se genera el reflejo interior, éste pasa a hallarse en relación real con las cosas. Experimenta lo espiritual de éstas; sólo que las traduce a la forma de las Universalia Per Res.”. Ya finalizando: “La diferenciación no es sencilla de lograr, ya que se acostumbra a pensar que aquello que se experimentó en el interior del alma como reflejo final equivale a las cosas. No, en el sentido de Tomás de Aquino no es lo mismo. Lo que el hombre vivencia como idea en su alma, lo que explica a través de su razón es en suma lo que vivencia como real, como universal. Las Universalia contenidas en las cosas difieren de las abarcadas por el alma según su forma, pero interiormente son equivalentes. Con esto tenemos entonces a uno de los conceptos de la Escolástica que generalmente no se considera en toda su agudeza: las Universalia en las cosas y aquellas que pasan a formar parte del alma son equivalentes en su contenido, pero diversas en sus formas” (4).
La situación medieval, en lo que respecta al alcance de la cognición humana, alcanza de este modo una culminación; por un lado, a medida que el hombre fue ganando independencia del mundo espiritual, el pensar autónomo se abrió paso más y más como forma de alcanzar una cognición, una explicación y una justificación de las relaciones entre lo que se percibe exteriormente y la vivencia personal. Pero por el otro lado, hemos de tener en cuenta que tras más de 10.000 años de elaboración sobre este tipo de consciencia, debilitaron paralelamente toda noción sobre la objetividad de lo perceptible. Históricamente, esta debilidad se expresa en la sintomatología de la gran duda surgida entre el Nominalismo y el Realismo. Tales denominaciones describen en realidad a la escisión entre lo que solamente porta un nombre pero que no posee ningún vínculo con un origen superior al mismo, y lo real que puede rescatarse por medio de la capacidad de pensar lógica y exactamente sobre los procesos cognitivos humanos, que dan como resultado la innegabilidad del origen suprasensible de los objetos. Tal fue, pues, el logro de Tomás de Aquino. Esotéricamente, este proceso se conoce como el “atravesar la Maya o Ilusión” del mundo sensorio por medio de la ejercitación de un pensar volitivo, tema que trataremos más adelante.
Cuando llega el momento de intentar dilucidar cómo fue posible que una individualidad como la de Tomás Aquinas lograse lo que tantos otros no, recurrimos al factor de enlace entre la región de donde provienen los impulsos pertinentes y dicha individualidad; visto desde lo cósmico, el lazo de unión entre las constelaciones del pensar espiritual y el ser humano encarnado en la Tierra, queda establecido gracias al mundo planetario. De los siete planetas que reconoce la Ciencia Espiritual como instrumentos activos entre ambas mencionadas (Urano, Neptuno y Plutón exigen otra ubicación) las fuerzas planetarias encargadas de que el ser humano “piense”, han de ser remitidas a Júpiter. Citando ahora a Sucher: “La paciencia y el poder de la memoria del cuerpo etérico indican que un gigantesco mundo de sabiduría universal habita en él. Podemos comprender esto si consideramos que el cuerpo etérico fue construido por los Espíritus de la Sabiduría. Es esta sabiduría la que porta los pensamientos de los Dioses desde los comienzos del universo. Puesto que los pensamientos de los Dioses viven en las fuerzas etéricas a modo de reflejo, podemos imaginar que éstos también se hallan vivos en el pensar humano. Lo que vive en el ser humano como impulso, como capacidad de pensar, es tan sólo el otro aspecto paralelo del cuerpo etérico, más allá de su actividad constructiva y regeneradora.
“Durante el gran ciclo de la evolución de la Tierra, el cuerpo etérico se encargó mayormente de salvaguardar del declive al cuerpo material y evitar que llegase a abstraerse en demasía de su origen cósmico. Pero el desarrollo del pensar, que es bastante nuevo en la humanidad, indica que el cuerpo etérico –bien podemos llamarle las fuerzas que se derivan desde la esfera de Júpiter– no sólo preservan al pasado sino que corresponden al futuro del universo” (5).
Identificar la influencia de Júpiter se vuelve relevante a la hora de investigar sobre las capacidades del pensar humano y su correspondencia con el cosmos.
Como fue mencionado anteriormente, no se dispone de una fecha exacta del nacimiento de Tomás de Aquino; pero si miramos las posiciones estelares para el año 1225, vemos A Júpiter transitar por la constelación de Sagitario. Esta es una ubicación muy particular a ser considerada y nos lleva a tener en cuenta otro aspecto de suma importancia en lo que se refiere al eje cósmico y el surgimiento de las culturas terrestres.
El hecho de que la cúspide norte por donde circunvala el eje cósmico marca el paso de éste por la constelación de Piscis, ya fue mencionado. Pero la dirección Norte es solamente una parte de todo el conglomerado de los ejes: éste atraviesa la Tierra de Norte a Sur y la parte inferior del eje tiene tanta importancia como la superior, si bien el tipo de consciencia y el cambio cultural que le acompaña dependerán de las características de la dirección Norte. De este modo se hace necesario agregar
Como punto Sur del eje cósmico a la constelación de Virgo (Figura 5).
Pero el eje Norte-Sur poco lograría si no estuviera “dinamizado” de algún modo… A diferencia de las conclusiones a las que llega la Astrología contemporánea sobre determinado tipo de aspectos que considera como “negativos”, la Astrosofía retoma parámetros que ya eran conocidos en la antigüedad y los revaloriza. En el caso de la distancia de 90° de arco entre una posición zodiacal y la otra, la sabiduría estelar persa veía claramente cómo esta relación contribuye a la dinamización de los procesos en el cosmos; los ejes centrales nada harían si la región que los cuadra no influyese. En cuadratura a Piscis tenemos a la constelación de Sagitario, y Géminis cuadra a Virgo. Estas otras tres regiones del cosmos representan cada una a un tipo de filosofía cósmica, y cada filosofía surge en mayor o menor medida según el representante que les sea idóneo. Sintetizando, podemos decir que toda la era de Piscis llevará una graduación cuádruple del colorido cultural, siguiendo el orden de los ejes:
Piscis: Psiquismo o la cosmovisión que pretende ser comprendida desde lo anímico.
Virgo: Fenomenalismo o la cosmovisión que explica al mundo desde los estados de las cosas.
Sagitario: Monadismo o la cosmovisión que sitúa a la unidad como principio evolutivo.
Géminis: Matematicismo o la cosmovisión que discurre entre lo ponderable y lo imponderable (lo que es cuantitativo y lo que no lo es).
Esta cruz resume la tendencia y los esfuerzos de toda una era: el logro de una unidad interior del individuo (Monadismo) de lo que el alma percibe ahora en los fenómenos naturales (Psiquismo y Fenomenalismo) y que deberá asumir como terrestres y finitos o cósmicos e infinitos (Matematicismo). Retomando ahora el factor planetario o mediador de las fuerzas del pensar entre lo cósmico y lo humano, la posición de Júpiter en la constelación de Sagitario durante el año 1225 nos otorga un indicio de las fuerzas y capacidades que la individualidad de Tomás Aquinas trajo consigo desde las esferas espirituales (considérese la posición del punto vernal pasando ya la mitad del arco de la constelación y que Júpiter inicia un lazo de retrogradación a partir de Abril hasta Octubre del mismo año, lo que intensifica la influencia planetaria sobre el globo terrestre; la diferencia entre los calendarios juliano y gregoriano es de 8 días). Entrando en terreno especulativo, podría tenerse en cuenta que su desarrollo embrionario pudo haber coincidido con el movimiento retrógrado o lemniscata de Júpiter, pero lamentablemente carecemos de pruebas para ello.
La tarea de Tomás de Aquino no fue sin duda una fácil; si tomamos en cuenta que su misión era alcanzar el apogeo de un impulso que había tenido sus inicios más de 10.000 años atrás y que significó de algún modo representar el logro de este impulso como individuo pensante y como personalidad independiente, la imagen se presenta portentosa ¡y prácticamente sobrehumana! Naturalmente que no estuvo completamente solo; figuras de enorme porte histórico como su maestro y mentor Alberto Magno, y una serie de predecesores en lo que refiere al desarrollo de la consciencia como pensadores o filósofos del Espíritu formaron una columna de sostén sobre la cual pudo sostenerse la labor de Tomás. Si retrocedemos por la historia, hallamos personalidades que influyeron mayor o menormente en su vida, como Scotus Erigena (año 815-877 D. C.) quien recibe la influencia de Júpiter en Géminis al nacer y fallece mientras transita por Virgo; Agustín de Hipona, más conocido como San Agustín (año 354-430 D. C.), fallece cuando Júpiter transitaba por Sagitario; y ya más cercano a los comienzos de la era de Piscis tenemos a Plotino (hacia el año 205-270), representante del neoplatonismo y en quien Tomás de Aquino se basaría para formar el complemento de la doctrina del pensar aristotélico, resumiendo así tanto forma como contenido del proceso del pensar, Júpiter transitaba por Sagitario entre los años 204 y 205, y por Géminis cuando éste fallece.
La fecha de nacimiento del amigo y mentor del aquinante, Alberto Magno, es dudosa; algunos historiadores la sitúan en el año 1193, otros en 1206. Recurriendo a la especulación nuevamente, vemos ingresar a Júpiter en la constelación de Géminis a partir de fines de Julio de 1206, pero dada la falta de certeza, no podemos aseverar la influencia del planeta como una configuración natal. Empero podemos localizarlo en el asterograma del deceso de Alberto Magno en la constelación de Virgo (figura 6).
Es interesante poder observar cómo Júpiter aparece en las constelaciones de los ejes Piscis-Virgo/Sagitario-Géminis al concluir el circuito de las encarnaciones de los individuos mencionados, marcando una especie de tendencia en los “frutos” que recoge el cosmos al reabsorber las almas de quienes fueran los representantes más valiosos y también más cuestionados históricamente del pensar culto hasta mediados de la era de Piscis, y cómo se ve reemplazada la posición de Júpiter en estos ejes por la ubicación del Sol en la constelación de Piscis en el asterograma del deceso de Tomás de Aquino: Willi Sucher interpreta a esta posición del Sol como el triunfo de la individualidad en comunión libre con el Espíritu, una especie de “lugar privilegiado” para quien obtuvo el más grande de los logros en el trasfondo silencioso del pensar, mientras la humanidad exterior batallaba en defensa de una heredad religiosa ya perdida. Pues si bien el movimiento de los cruzados sirvió en última instancia como puente entre la antigua sabiduría de los Misterios en Asia y la Cristiandad europea, el logro de la unidad del Yo humano independiente y la realidad espiritual cósmica pendían de un delgado hilo que solamente podía ser tendido desde las capacidades del alma humana. Existe de todos modos una estrecha relación entre las órdenes caballerescas feudales y la Escolástica medieval; sin embargo, dicha relación tiene más que ver con la escenificación histórica y cultural de un proceso que alcanzó un punto de culminación definitivo, y que al mismo tiempo inauguraba el declive de la era de Piscis. El punto vernal o eje cósmico había comenzado a transitar la línea descendente de su evolución y otras circunstancias se encargarían de ocupar el lugar del objetivo que hasta el punto medio del desarrollo de la consciencia individual humana, la tan conocida Edad Media, fue el motivo central de la cultura greco-romana/cristiana. Dos siglos más tarde, los albores del Alma-Consciencia ensombrecen rápidamente la cúspide alcanzada por el Alma-Racional y la era de Piscis se prepara para ser sucedida por otra, la era de Acuario. Definitivamente, el despertar de este Alma-Consciencia en el interior de un Yo humano altamente arraigado en la percepción sensorial suscitó conflictos culturales remarcables y nuevamente debemos recurrir a la cruz del eje cósmico para acceder a una interpretación del papel que juega Júpiter en esta nueva fase del cosmos y de la humanidad. Citaremos pues, una vez más, a Willi Sucher sobre este aspecto cósmico antes de dejar atrás el tema y discurrir cuestiones que evocan la comprensión de un desarrollo futuro de la cognición humana: “La cruz cósmica –Sagitario y Géminis, Virgo y Piscis– representa en su aspecto cósmico-histórico a un momento decisivo en la evolución espiritual de la humanidad como un todo. Fuerzas cognitivas provenientes de tiempos arcaicos perecen, y un nuevo comienzo alborea por el horizonte. Ciertamente, es significativo apreciar cómo la evolución del mundo occidental, a partir de este momento hasta llegar al presente, se revela a la luz de los procesos cósmicos. Destacable es la continuidad que presenta esta evolución de la humanidad desde la Edad Media hasta nuestro tiempo actual, representada en el cosmos. (…) Hacia los siglos XII y XIII se genera una especie de nudo, un punto nodal en la evolución. Por un lado, las reliquias de las viejas facultades cognitivas, aún en relación más directa con la realidad del mundo espiritual, se desvanecen; gracias a los esfuerzos heroicos de la Escolástica fue posible todavía mantener un tenue lazo de conexión con la vida del pensar. Este se perdió definitivamente con el surgimiento de la Mística medieval, cuyo profundo ansia de una experiencia de lo divino ya no era capaz de elevar tal experiencia hasta la plenitud de consciencia. Como consecuencia, la humanidad se volcó más y más a la observación y a la experimentación sobre la naturaleza exterior. Este vuelco significó el comienzo de una evolución que se extiende hacia el futuro, una evolución que pretende liberarse de antiguas reglas y tradiciones, mientras que por otro lado, la gente se empeñó en buscar desde las profundidades del alma, un conocimiento nuevo que nacía desde la libertad de las relaciones entre la Tierra y el cosmos. Debe admitirse que este rasgo se malentiende muy a menudo en nuestro tiempo o incluso se lo niega definitivamente; de cualquier modo, a través de la oscura noche donde prevalece el vacío espiritual, una nueva especie de ser humano se esfuerza por alcanzar la luz. El esbozo de este hombre del futuro se halla escrito en el cosmos, del modo en que hemos intentado describir, si bien brevemente” (7).
El rol de la esfera planetaria de Júpiter y su presencia constante dentro del extenso período que ya ha sido mencionado repetidas veces, puede incluso verse resumido dentro del siguiente parágrafo: el cuerpo etérico humano cumple una función intermediaria entre el instrumento pensante del hombre y lo que “llega” hasta él en forma de contenido mental, llámeselo ahora pensamiento, idea o conjunto definido de conceptos; ese contenido proveniente del mundo astral cósmico es captado por el ser humano a través de su capacidad perceptiva y su Yo lo elabora principalmente desde la entidad etérica. Aquí entran en juego los procesos descritos por Steiner y Sucher: la asimilación o absorción de lo pensado previamente en el cosmos (en el sentido Tomista), su almacenamiento en los diversos órganos del cuerpo físico y la capacidad de reflejarlos una y otra vez en el interior del alma según lo predisponga el individuo. Todas estas son características intrínsecas al éter, que llegan a convertirse en herramientas útiles a la consciencia humana cuando el Yo logra emanciparlas de su función básica, el crecimiento y la reproducción genética. Pero debe tenerse en consideración que ese cuerpo etérico del hombre estaba distribuido de un modo muy distinto allá por la era atlante, a lo que terminó deviniendo luego de que el punto vernal indicase el paso hacia una nueva etapa. En la Atlántida, el cuerpo etérico humano no estaba completamente ensamblado a la estructura física que poseía la humanidad para aquel entonces.
Grandes diferencias existían entre los cuerpos humanos atlantes y los actuales; esa diferencia permitía que el ser humano utilizase su cuerpo etérico como instrumento de cognición suprasensible, si bien el estado que caracterizaba tal cognición poseía un tinte fuertemente onírico y de aquí surge el hecho de que el Yo humano no se percibiese a sí mismo como un ser singular sino abarcado por la pluralidad de su entorno.
Esto es algo difícil de imaginar hoy en día, ya que lo que antes carecía de correspondencia exacta, ahora está estrechamente ligado: la cabeza etérica y sus órganos de percepción astral distaban de la física y tal es así que la unificación final de estas dos partes de la corporeidad humana, es lograda durante la época en que el punto vernal transitaba por la constelación de Aries. Arquetípicamente, el cráneo humano recibe los impulsos espirituales que lo conforman desde esa misma constelación. Muy relevante fue la esfera de Júpiter en aquel lapso temporal y espacial, ya que lo que podemos denominar como la “intención” de Júpiter durante el período cultural greco-romano, fue ensamblar finalmente esas dos componentes; y lo que antes servía de medio cognitivo para el mundo astral, ahora quedó confinado al desarrollo de la percepción del mundo material. Este período cultural greco-romano concluye un poco después (si consideramos los extensos períodos de tiempo que fueron necesarios recorrer desde que el punto vernal ingresó en la constelación de Leo hasta la de Piscis, ¡un par de siglos es realmente un breve paso del tiempo!) de que el punto vernal alcanzase su apogeo durante el Medioevo. El año 1413 es señalado por Rudolf Steiner como inicio de la época en que se desarrollará el Alma-Consciencia, una época dentro de una era mayor, pues como sabemos, la era pisciana todavía no concluyó.
Diferentemente del Alma-Racional, el Alma-Consciencia exige a todo el proceso cognitivo humano algo más que el poder establecer primero una diferencia entre sujeto-objeto, seguido de la posibilidad de situarse en una relación con lo percibido: “Yo soy un ser humano, ese objeto es un árbol, por ende yo no soy un árbol”. El estado de salud del Alma Racional está dado por la nitidez, la rapidez (hoy en día es instantáneo) y la factibilidad de que esta situación sea real, justificándose cada vez que al confrontarnos con un objeto, podamos distinguir entre lo individual nuestro y lo ajeno. Ahora bien, sabemos de hecho que se trata solamente de una parte de la realidad total; el trasfondo espiritual o el mundo desde donde se origina en verdad la realidad física es imperceptible, ya que el instrumento etérico del hombre se halla completa y constantemente ocupado en colaborar con el Yo humano que percibe al mundo material. El Alma Consciencia necesita –además de la auto-percepción racional– una identificación con el conglomerado suprasensible que le brinde el TOTAL de la realidad del mundo, pues su misión consiste en reubicar la posición del ser humano nuevamente dentro de la existencia de donde proviene, la del mundo espiritual. Para lograr esta tarea, el cuerpo etérico ha de poder desligarse de la estructura física del cráneo humano y, con la capacidad de auto-percepción racional ya integrada, inaugurar un nuevo tipo de estado de consciencia. De pretender resumir el proceso, podría decirse que lo que corresponde aquí es trasladar el estado de consciencia de vigilia a la región en donde el hombre duerme constantemente, es decir, la zona rítmica corporal. Pero esto sería pasar por alto varios elementos que forman parte de las actitudes básicas del hombre terrestre y que aunadas, conforman el aspecto social y cultural humano. Su comportamiento es el motor en marcha de la cultura que lo contiene; si el hombre modifica su comportamiento fuere de la manera que fuere, las características de su cultura cambiarán inevitablemente. Evitando un extenso detalle de lo recién mencionado, sea dicho que el Alma-Consciencia extrae las fuerzas que permitirían liberar al cuerpo etérico del físico (siempre hablando de la región que corresponde a la cabeza humana; de liberarlo por completo, todo el cuerpo físico moriría) de la región que hemos denominado como metabólica o VOLITIVA. Ahora bien, esta labor que corresponde a la extracción de fuerza volitiva, precisa ser guiada por la mano de un Yo humano que posea nociones cabales de lo que se intenta lograr; de otro modo, el desvío o la incapacidad de dominio del Yo por sobre fuerzas que pueden resultar dañinas, sólo causaría más retroceso que avance en la adquisición de lo que conocemos como nueva clarividencia (menciónese como mucho que numerosas de las irregularidades de la conducta humana en la actualidad, surgen en realidad a causa del desorden que provoca este Alma-Consciencia en la esfera volitiva del ser humano, sea éste consciente o no del hecho).
La salud del Alma-Consciencia depende entonces del total de la percepción cognitiva. Retomemos el ejemplo anterior y digamos: “mi percepción racional me permite distinguir entre mí mismo y un árbol; pero no llego a entablar una relación real entre mi existencia y la del árbol. ¿Qué es lo que tenemos en común?”. Es aquí donde le corresponde intervenir al Alma-Consciencia y percibir la realidad etérica del árbol e identificarla como correlativa a la misma procedencia que el cuerpo etérico humano, puesto que –substancialmente visto– ambos comparten un mismo origen. Puede deducirse fácilmente que la actitud del hombre así capacitado suscitará enormes diferencias en lo concerniente al despliegue de su actitud moral y ética. El ejemplo del árbol es meramente una insinuación sobre las perspectivas de los cambios a producirse en períodos futuros de la evolución terrestre, ya que uno de los primeros desafíos morales consistirá en percibir al “Yo” de todo lo que hoy considera simple objeto.
¡Dejémoslo a la fantasía imaginativa del lector que se encargue de proyectar una situación tal y obtenga conclusiones propias!
Claro debe quedar entonces que un cambio del estado de consciencia cognitiva humana (por más paulatino y prolongado que llegue a ser este proceso), irá acompañado igualmente de un cambio de los parámetros culturales, sus tendencias, sus logros y el tipo de individualidad que la represente a su debido momento. La Era de Piscis dio a luz el fruto maduro no solamente de aquella Era que le precedió, la de Aries, fruto que manifestó la intención planetaria de Júpiter sobre el Alma-Racional del hombre, logrando de este modo que se alcanzase el más alto grado de disquisición entre el individuo y su entorno, sin dejar de lado ahora que esta culminación tuvo su puntapié inicial hace ya más de 10.000 años atrás, luego de que la última glaciación permitiera ofrecerle al hombre un escenario geográfico completamente diferente al anterior. La época del Alma-Consciencia bien equivale a la simiente que se genera dentro del fruto maduro y que, tras alcanzar este estado, su misión se ve cumplida y siguiendo los parámetros de los procesos evolutivos naturales, desaparece dando lugar al surgimiento de lo nuevo.
Cabe mencionar nuevamente que el ciclo de tránsito del punto vernal no es coincidente con la manifestación de las culturas terrestres, pues su contabilidad puede generar confusiones; en realidad, eras y períodos culturales se intercalan en el tiempo; se estima un lapso de unos 1.400 años aproximadamente hasta que las primeras manifestaciones de una característica cultural surge desde los individuos que la conforman. Por ejemplo, la Era de Piscis concluirá en alrededor de unos 300 años, pero las CARACTERÍSTICAS de la Era de Acuario podrán verse manifestadas hacia el año 3500-3600 (3.573 – 2.160 = 1413), que es la fecha brindada por Rudolf Steiner como final de la época del Alma-Consciencia y el inicio de la época del Yo Superior o Manas, en la que se espera ver los primeros frutos del estado de consciencia que debe adquirirse durante todo este tiempo restante, hasta lograr invertir el proceso que se inauguró tras la desaparición de la Atlántida. La dirección por la cual se dirige el punto vernal lleva en sí el ideal de invertir el proceso iniciado en la constelación de Leo y que toca el punto álgido de su desarrollo a mediados de su recorrido por la constelación de Piscis, hacia los años 1200 y 1300 de nuestra era o Medioevo. Esta inversión tiene como objetivo principal el reintegrar a la humanidad terrestre a la percepción cognitiva suprasensible; cuando el eje cósmico se vea transitando por la constelación de Escorpio, una situación geo-climática similar a la de la última glaciación preparará un nuevo escenario y una nueva tarea evolutiva para la humanidad y para el conjunto de seres que la integran: esotéricamente se la denomina Era o Época de los Sellos, terminología basada en los textos apocalípticos de San Juan.
Siete períodos culturales delimitados por dos gigantescas glaciaciones, que nacen, se desarrollan, maduran y dejan la simiente presta a un nuevo comienzo al paso de 72 años –una vida humana promedio– marcando el pulso vital de una propuesta cognitiva a otra en el correr de 25.920 años terrestres… ¡Quien tenga inteligencia, que devele el número de la Sabiduría del Gran Cosmos!
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