POR: FRANCISCO FACIO
Muchas veces me vi inmerso en la situación de querer explicar qué es lo que significa “arquitectura orgánica”. A veces la respuesta surge con naturalidad, pero la situación se torna más compleja si a esta queremos calificarla aún como “antroposófica”.
Como primera observación, la palabra “orgánica” nos remite al término organismo. Un organismo es un ser vivo que se adapta a su entorno, a su medio ambiente y mantiene un estado de armonía con este e internamente consigo mismo. Como tal, la arquitectura orgánica tiende a adoptar una configuración que responda empáticamente al medio en el que se emplaza. Como “medio” quiero dar a entender el contexto tanto geográfico, como el momento histórico, además del entorno construido preexistente. Al responder a su medio puede recurrir a utilizar materiales que se encuentran o utilizan en la zona, a un diseño que dialogue con el estilo o la tipología constructiva del lugar, entre otras cosas. Paralelamente integra en el diseño la función y uso del proyecto, así como también al ser humano. Un bello ejemplo de este tipo de diseño es la Casa de la cascada de Frank Lloyd Wright, en Pensilvania (Estados Unidos).
Ahora, para aproximarnos a una visión antroposófica de la arquitectura orgánica podemos recordar que la Antroposofía es básicamente un camino de conocimiento que quiere guiar lo espiritual en el ser humano hacia el espíritu del universo, según sus axiomas (1). Siguiendo esta propuesta, podemos distinguir en esta arquitectura el principio del “motivo”, un patrón o imagen que se reconoce tanto en las “partes individuales” como en el “todo” dentro de la composición. Este motivo puede ser, por ejemplo, una forma básica que se manifiesta en la planta del edificio y en elementos arquitectónicos, sean, entre otras cosas, vanos, capiteles o un pórtico de acceso. Íntimamente relacionado a este principio se integra el concepto de “metamorfosis”, el cual toma la Antroposofía del estudio de la metamorfosis de las plantas de J. W. Goethe —cuya obra científica Rudolf Steiner tuvo el encargo de editar—. Según este principio, una forma original, la hoja o estructura ideal, sufre variaciones rítmicas en las que surgen nuevos órganos que difieren entre sí por su forma y fluctúan al modo de una respiración en grados de expansión y contracción. Este principio se puede observar tanto en las fachadas norte y sur del Goetheanum, donde el motivo de la columna se transforma de este a oeste en una secuencia de siete etapas; así como en su interior, en los capiteles de los pilares en la Sala Grande, donde se ven los símbolos de las diversas etapas planetarias de la evolución de la tierra, estos pueden ser leídos también como una representación arquetípica de la metamorfosis de las plantas.
Otro rasgo de esta arquitectura es el uso de “gestos arquitectónicos” que se evidencian en la manera en la que los elementos arquitectónicos dentro de la composición dialogan entre sí, de tal modo que no se relacionan por mera yuxtaposición, sino que conforman en su disposición una expresión de contenido moral. En pos de reforzar esta idea puedo agregar que R. Steiner, en las vehementes conferencias dirigidas a los constructores del Goetheanum (2), confiere a la arquitectura o el “arte de construir” una función muy importante cuando habla de los futuros “edificiostemplos” como “laringes de los Dioses”, atribuyéndoles la tarea de transmitir enseñanzas morales a los hombres en su camino evolutivo. En su adecuada medida, creo que estas aspiraciones son transferibles a la producción arquitectónica en general.
Un elemento importante a tener en consideración es el de la dualidad o polaridad de fuerzas en el ser humano. Estas tendencias complementarias se caracterizan en términos antroposóficos como “luciféricas” y “ahrimánicas” (3). Se pueden mencionar, como ejemplo, diversas cualidades que les son propias al hombre: el pensar/la consciencia, el dormir/el despertar, el calor/el frío, lo curvo/lo anguloso. Valiéndose de estas parejas de cualidades, uno puede figurarse que, al concentrarse en el pensamiento, se accede a un estado en el que, como en el sueño, uno se eleva del mundo como en una ondulada nube de vapor, lo cual se revierte descendiendo al despertar en la consciencia del contacto con las frías aristas de una roca. La tarea de quien encara un diseño orgánico-antroposófico es, idealmente, la de poner estas fuerzas en un apropiado equilibrio y redimirlas de su polarización. Esta polaridad se puede ver también en el par egoísmo/abnegación. Ambos conceptos pueden ser leídos tanto positiva como negativamente; la tarea reside en elaborarlos rescatando lo auténticamente benéfico de ellos. Un diseño para un edificio puede tener una fuerte impronta, una interesante idea que lo destaque; por otro lado puede incorporar el carácter de su medio ambiente y aportar coherencia a su contexto.
La tarea de explicar qué significa arquitectura orgánico-antroposófica no es una empresa sencilla, pero deseo concluir diciendo que su meta es la de incluir al ser humano en el medio que lo rodea y funcionar como una tercera piel que lo cobija y le permite desenvolverse, contemplando su realidad espiritual y su desarrollo evolutivo.
REFERENCIAS
1. Steiner, Rudolf. Pensamientos-guía de la Antroposofía: un camino de conocimiento: el misterio de Micael.
2. Steiner, Rudolf. Caminos hacia un nuevo estilo arquitectónico. “Y el edificio se convierte en hombre”.
3. Steiner, Rudolf. Antropología científico-espiritual.
Sobre el autor
Francisco Facio estudió el Magisterio de Bellas Artes y se recibió de arquitecto en la Universidad de Buenos Aires. Cursó estudios de Antroposofía y fundamentos de arquitectura orgánico-antroposófica en el Goetheanum (Dornach, Suiza). Se desempeñó profesionalmente en diversos estudios de arquitectura en Argentina y Suiza. Correo electrónico: franciscofacio@hotmail.com.
*Foto de portada: “Goetheanum (Dornach, Suiza). Foto de Joel Aragón Colin”
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