POR: MIGUEL ÁNGEL DEMARCHI
Detrás del término “agricultura biodinámica” –a mi parecer tan poco atractivo–, siempre hay un biodinamista. Biodinamista suena de otra manera. “Movedor de vida” sería su significado estricto. Y apenas puede uno acomodarse, ya se estaría preguntando por qué necesitaríamos convertirnos en “movedores de vida”. ¿O acaso la vida no se mueve sola? ¿Qué puede necesitar, tan luego, la vida de nosotros? Del cómo la deberíamos mover, no hablemos por ahora; quedémonos en ese misterio de por qué la agricultura biológico-dinámica está colocada en el mundo, requiriendo del hombre, desde su nombre, que “mueva vida”.
Desde el principio, estamos ante un conflicto con lo que nos enseñaron –y nos siguen enseñando desde la escuela primaria hasta los más cotizados posgrados universitarios–, de que la vida “evolucionó” desde tiempos en que no existía hasta que se hizo presente, pensante, consciente, sabedora de que existe. Milagro purísimo otorgado por un azar generoso que no escatimó recursos para que de la no-vida pasáramos a la vida exuberante, que ya se convirtió en rutina a nuestros ojos; y que hoy hasta nos animamos a manipular con una inocencia propia de niños y una perversidad propia de no sabemos bien qué.
Y al mismo tiempo, de golpe, nos podríamos preguntar: ¿es eso la vida? Cuando yo tomo en mis manos un tomate o un pollito, ¿tomo la vida?, ¿la veo?
Debería diferenciarse claramente un ser vivo de la vida. Convengamos, de entrada, que no es lo mismo. La vida, así en abstracto, no queda explicada soberanamente por ver o palpar un ser vivo; y mucho menos diseccionando un cadáver para sacar conclusiones. ¿Será eso lo que nos han dicho –solemnemente– que es la vida? Y si nos preguntamos ¿quién la sostiene? ¿De dónde viene la fuerza que una y otra vez la vuelve a recrear? Y, será la evolución…, será aquello de que la Naturaleza es sabia…
Así planteada la cuestión –desde una ironía que no nos va a dar respuestas–, suena un tanto ilógica. Pero sigamos un poco más. ¿O acaso no está aquí, para explicarnos todo, “doña Ciencia”, haciendo su eclosión más inconmensurable en la historia de la humanidad? Preguntémosle a ella: ¿qué es la vida? ¿Qué nos pasó con todo esto en los últimos –digamos– 175 años? ¿Será que como humanidad hicimos tan mal tantas cosas que ahora hay que “volver” a la Naturaleza? Si nunca nos fuimos. ¿cómo es que hay que volver? Y en todo caso, ¿a dónde?
La agricultura biológico-dinámica, hija dilecta de la ciencia espiritual antroposófica, no propone ningún retorno. La Antroposofía trabaja en serio con la idea del devenir, y pone en conciencia del hombre individual los impedimentos que cada uno debe ir metamorfoseando en talentos transformadores.
En la segunda conferencia –de su ciclo de ocho, en el que colocó la nueva agricultura en la tierra (Pentecostés de 1924 en Kobervitz, Silesia)–, Rudolf Steiner nos habla de otros tipos de formas de abordar nuestra relación con los reinos de la Naturaleza. Apela a esas fuerzas de la individuación humana, y sí, apela a volver, pero a volver a leer correctamente y en profundidad en el libro de la Naturaleza. Se separa, irreconciliablemente, no de la Ciencia (con la cual le espera, a la Antroposofía, un futuro venturoso de trabajo conjunto), sino de la visión mecanicista con la cual fue cooptada la agricultura en los últimos decenios, que la emparentan más con una industria o una minería. Y que, para colmo, quedó anclada en una filosofía de ver el mundo que considera agotada –de una vez y para siempre– “el plano de lo existente –a los efectos del hombre–, una vez que se han reunido todos los fenómenos y sus leyes correspondientes. No hay espacio para una nueva lectura, no hay escritura que leer, no hay autor, no hay lector.” (1)
La vida humana, dice el Dr. Martín Richter (1951-1994), primer traductor al español de esas conferencias ofrecidas por Steiner, “no se apiadará de la comodidad que una y otra vez procura deslindar responsabilidades: Ciencia por aquí, Ética por allá, el Arte en su lugar, y nada de mezclas raras…”.
Mencionar a la Ética en este contexto no es un hecho casual. Me atrevo a decir que el grave problema ecológico no se solucionará ni pronto ni tecnológicamente, sino más bien cuando se abone un proceso impregnado de impulsos éticos, hasta generar, literalmente, un nuevo concepto de Ecología, una ecología imbuida de lo espiritual. Impulsos ético-morales que, por otro lado, están implícitos en la razón de ser y el fundamento de la agricultura biológico-dinámica. Para convencerse de ello, conviene detenerse, el tiempo que sea necesario, para ahondar con el corazón en qué hay en el núcleo de su madre, la Antroposofía, que le brinda al hombre de hoy las revelaciones que necesita para desarrollar en sí mismo un verdadero conocimiento del hombre y de la tierra. Esas revelaciones describen aquella vida y de dónde provienen las fuerzas que la sostienen, de lo cual no están al margen actividades sublimes de entidades espirituales que mucho tienen que ver con el devenir de la humanidad. Sólo como muestra de ello, tomo dos párrafos de los muchos que en ese ciclo de conferencias están impregnados del obrar espiritual. El primero: “Todo lo que actúa sobre el crecimiento vegetal desde las lejanías del universo, no actúa en forma directa, a través de una radiación inmediata, sino merced a que primero es captado por la tierra y luego es reflejado por la tierra hacia arriba”. El segundo: “Este suelo comúnmente se considera como algo meramente mineral, en el cual, a lo sumo, se introduce algo orgánico con la formación del humus o con la incorporación del abono. No se considera que el suelo, como tal, no sólo tiene en sí algo de naturaleza vegetal, sino que incluso hay algo astral que obra en él”. Son menciones a la actividad de un mundo no material de las cuales están inundadas esas conferencias reveladoras y, con ello, levantamos como merece el rango desde el cual debemos plantearnos “la vida”. Acá ya estamos hablando de otra cosa: de una vida de origen sagrado-espiritual en su manifestación terrestre.
La factibilidad de aplicación de la agricultura biológico-dinámica no debe ser determinada con los parámetros falseados de la agricultura química. En ella están enquistadas teorías y medio-verdades que van en una dirección contraria hasta del mismísimo concepto de la dignidad humana. Para llegar a esas afirmaciones se tienen en cuenta intereses de sectores industriales, financieros y económicos que no tienen ninguna afinidad con la esencia agrícola. Esta situación, que es socialmente patológica, nos puede hacer pensar sobre qué pasaría si en un ecosistema en buenas condiciones medioambientales se aplicase ese gran paquete de recursos (desde tecnológicos e investigativos, hasta estatales, bancarios, políticos e institucionales), a fin de poner en práctica una agricultura que respete esas condiciones, respete al campesino para que con su familia pueda vivir en los lugares de cultivos, y sea esencialmente no contaminante ni extractiva.
En el año 1992 –en una monografía publicada en la revista El Puente para la comunidad del Colegio Rudolf Steiner de la localidad bonaerense de Florida–, el ya mencionado Dr. Richter, como respuesta a su propio planteo de “cómo recuperar la salud y el vigor de las plantas cultivadas y de los animales, y con ello la calidad de los alimentos para el hombre”, decía lo siguiente: “Hasta ahora, la agricultura llamada convencional sólo pudo abordar este objetivo en dos frentes: por un lado, reduciendo las aplicaciones de fertilizantes tanto como fuese compatible con sus imperativos económicos; por el otro, afinar cada vez más el arsenal de plaguicidas y herbicidas, para tornarlos más específicos y menos ofensivos para el medio ambiente” (2).
A esto se sumaron luego los aportes de los distintos enfoques ecológicos de la agricultura: abandono de monocultivos, aprovechamiento de sinergismos entre organismos diversos, y reemplazo de los fertilizantes solubles por materiales más afines con la vida del suelo (estiércoles, abonos verdes, compost y residuos orgánicos industriales). Estos procederes, que en parte son de larga tradición, aportaron muchos elementos positivos a la metodología agropecuaria, y se fueron incorporando incluso a los estamentos tradicionalmente defensores de la agricultura convencional. Empero, subsisten dos inconvenientes de fondo en la utilización de estos fertilizantes orgánicos: cuando son de origen agrícola, no se estará practicando una genuina incentivación de la fertilidad, sino sólo una transferencia o un mantenimiento. ¿Cómo se repone la fertilidad de los lugares que alimentaron a los animales cuyo estiércol se llevó a otro lado, o la fertilidad de los lugares donde creció el forraje que se trasladó a otra parte para alimento de los animales? Esta objeción no vale para residuos industriales en la medida en que uno suponga que de otro modo se desaprovecharían, y que además esté solucionando el tema de su adecuación y procesamiento. Pero allí surge otro inconveniente: el costo-flete. Generalmente se trata de grandes volúmenes de productos de bajísimo valor por unidad de volumen. Ello restringe la aplicabilidad de este recurso a áreas que no disten de las industrias respectivas más de pocos kilómetros. Citando nuevamente a Richter, “desde su inicio a mediados de 1924, la agricultura biológico-dinámica desarrolló simultáneamente los aspectos cualitativos y cuantitativos de la productividad y el cuidado del medio ambiente. Sostuvo que es posible incrementar la productividad de un ecosistema sin recurrir a la incorporación de nutrientes de fuente externa (3) en las cantidades que requiere la agricultura convencional, sin recurrir a agrotóxicos y sin consumir el capital productivo, es decir, la fertilidad del suelo. Aún más: se considera habilitada para regenerar ecosistemas agrarios degradados bajo esas premisas. […] La ciencia agraria convencional negó de plano que algo semejante fuese posible”. Richter termina la idea planteando que se necesitará bastante tiempo, y no sólo para quienes miran desde fuera a la agricultura biodinámica. Nos dice a los biodinamistas que los impulsos dados por Steiner deben ser trabajados y aprehendidos con perseverancia, paciencia, y alimentando fervientemente los impulsos morales que, del hombre, necesita la tierra.
REFERENCIAS
1. Kühlewind, George. Cristo y Micael. Las ideas de la Naturaleza. Das goetheanum, 1971.
2. El Puente. Agricultura biológico-dinámica. La Naturaleza viviente. Número especial, Florida (Buenos Aires), 1992.
3. Se refiere tácitamente a los preparados biodinámicos basados en la maestría de determinadas plantas y partes de animales para enriquecer residuos orgánicos y sensibilizar el suelo a las fuerzas cósmicas dadoras de vida.
Sobre el autor
Miguel Ángel Demarchi es Contador público por la Universidad de Buenos Aires. Actualmente, dirige la granja “Los Jardines de Yaya”, impulso que inició hace más de 30 años en La Cumbre, provincia de Córdoba. Es especialista en Antroposofía Social y Económica. También se desempeña como profesor de los módulos de Agricultura biológico-dinámica de la AABDA. Correo electrónico: jardinesdeyaya@gmail.com
*Foto de portada: Germinación. Acuarelas de Maia Chisleanschi
Las opiniones expresadas son de exclusiva responsabilidad de los autores y no reflejan necesariamente el punto de vista de Revista Numinous.