POR: SANTIAGO TRAVERSO
Uno de los hitos más importantes que define la configuración actual de la humanidad es, según la Antroposofía, el que ocurre durante la primera Lemuria cuando la Luna se desprende del planeta Tierra. En virtud de ello los hombres desarrollan órganos internos y nuevas capacidades como la del pensamiento. Ya en el transcurso de la evolución terrestre, se consolida una sustancia más densa indispensable para la formación de individuos autónomos capaces de concebir ideas libres. Es decir que, tanto la libertad como el pensamiento (que es su condición de posibilidad) aparecen gracias a una retrogradación de la materia y de un consecuente oscurecimiento del estado de conciencia anteriormente conducido por el mundo espiritual. El desprendimiento de la Luna es también un distanciamiento de la influencia divina; el hombre queda librado a su cuenta y riesgo en una zona de máxima densidad material. La libertad solo es posible por existencia de un individuo aislado de la armonía cósmica.
El arduo camino hacia la Libertad, que implica al hombre en un lugar exclusivo de la evolución, es paradójico: por un lado surge el Yo autoconsciente, autónomo y creativo, capaz de concebir y realizar ideas por su propia decisión libre; por el otro la conciencia de este Yo se separa de su entorno evolutivo “natural” y a través del pensamiento se vuelve abstracta; ya no puede influir directamente en el mundo físico sino por la intervención de su voluntad.
¿Cuáles son las herramientas con las que cuenta el hombre para reinsertarse en el proceso evolutivo o para recuperar su relación con el plano espiritual? Para responder a estas preguntas quizás tengamos que recurrir al esquema de la evolución planteado por Rudolf Steiner.
La clave para comprender la evolución es el número siete: siete ciclos cósmicos que debe atravesar el planeta tierra; dentro del cuarto ciclo que ahora vive tenemos las siete etapas terrestres; dentro de la quinta etapa post atlántica están las siete épocas culturales; y dentro de la quinta época anglosajona, nuestro presente y nuestros cuerpos con sus correspondientes niveles de conciencia, que también son siete. De todos estos períodos y procesos ya hemos vivido tres ciclos cósmicos y parte del cuarto; cuatro etapas planetarias y parte de una quinta; cuatro épocas culturales y parte de la quinta cultura anglosajona; cuatro cuerpos con sus cuatro niveles de conciencia… La evolución no está consumada en su totalidad; desde nuestro presente podemos figurarnos libremente una imagen tanto de lo transcurrido como de lo que ha de venir. ¿Hacia dónde vamos? ¿Tenemos suficientes elementos para saberlo? ¿Estamos utilizando nuestras potestades para acompañar estos acontecimientos?
FIGURA I
Existen otras maneras de nombrar a estas épocas y etapas; algunos autores llaman Hiperbórea, Proto-Hindú, Proto-Persa y Egipcio-Caldeo-Babilónica, a la etapa y épocas que yo llamo Boreal, Hindú, Persa y Egipcia respectivamente.
En el último tiempo el hombre ha desarrollado una extensísima cultura cuyos cambios se contemplan de acuerdo con hitos del pasado como si nuestro presente fuera una consecuencia de ellos, pero pocas veces se piensa en virtud del futuro. En casi todas sus áreas, tanto en la filosofía y en la religión, como en la ciencia y en el arte, el exceso de racionalidad parece sustituir la alarmante falta de perspectivas. ¿Puede iluminar la antroposofía esta falta de perspectiva?
Veamos. Como si fuera un péndulo, la evolución desciende hasta la densidad máxima de la cuarta época para comenzar luego un proceso de retorno hacia lo inmaterial. Los ciclos recapitulan y se reflejan en las etapas, las etapas reflejan en las épocas; poco a poco van quedando cada vez menos sucesos por recapitular y se empieza a avanzar sobre un futuro sin precedentes. Entonces los sucesos comienzan a espejarse: los quintos en los terceros, los sextos en los segundos y los séptimos en los primeros.
FIGURA II
Durante el tercer ciclo planetario inmediatamente anterior al terrestre (Antigua Luna) se desarrollaron ciertos órganos y capacidades que anticipan la actividad reflexiva. Allí el hombre (o protohombre) vivió determinado por una “conciencia imaginativa” aún influenciada por el mundo espiritual. Dice Steiner en la Ciencia oculta: “Esta conciencia imaginativa no se conforma con volver sensibles los acontecimientos físicos, crea además imágenes que interpretan los seres espirituales trabajando detrás del mundo físico” (1). La quinta época anglosajona en que nos toca vivir debe espejar aspectos de la tercera (egipcia), reflejo de lo acontecido en Lemuria, a su vez reflejo del periodo lunar. Es decir que nuestra época actual podría espejar, de algún modo, la Lemuria, etapa en la que se inicia la cultura del hombre libre. Si es que estamos transitando, como nos indica el esquema evolutivo de la Antroposfía, un camino retrospectivo, las preguntas que restan hacerse son: ¿será que pronto hemos de perder la libertad? ¿O es que debemos fecundar hoy, con la libertad ya conquistada por el pensamiento, una próxima etapa de características similares a la lunar? ¿En qué momento de la quinta etapa post-atlántica volverá a unirse la Luna con la Tierra?
REFERENCIAS
1. Steiner, R. (1985) Ciencia oculta, p.107, Argentina: Dédalo.
Sobre el autor
Santiago Traverso es profesor de filosofía, escritor y artista escénico. Se formó en Antroposofía. Dicta clases de teatro en la Escuela Waldorf Arcángel Gabriel y seminarios de filosofía en la Escuela Argentina de Euritmia. Ha realizado obras en diversos teatros en Argentina, Inglaterra, España y Estados Unidos (Nueva York). Actualmente trabaja en la publicación de dos obras literarias, El Oro de los Payasos y Corpus indeleblis.
Las opiniones expresadas son de exclusiva responsabilidad de los autores y no reflejan necesariamente el punto de vista de Revista Numinous.